Aprendiendo de nuevo a respirar

“Soy un amado y bendecido por Dios”. El hombre que dice esto se esfuerza por respirar, por sacarle provecho a cada bocanada de aire. Florent Girard vive en Francia y sufre de fibrosis quística desde hace décadas. ¿De dónde saca fuerzas para vivir con esta enfermedad?

Florent llegó a este mundo en 1982 en la comunidad de Maizières-Ies-Metz (hoy Amnéville, Distrito de Metz-Algrange/Francia) como primer hijo del Diácono Bernard Girard y de su esposa Patricia. Desde que nació era propenso a contagiarse infecciones. Pero los médicos no le daban gran importancia.

Cierta vez que la temperatura del niño, ya de dos años, había trepado a 40 grados, la mamá insistió en buscar la causa. “Tres semanas después, los médicos diagnosticaron que Florent sufría de fibrosis quística”, comenta la mamá y de inmediato agrega: “En aquel entonces, no sabíamos nada sobre esta enfermedad”. Y recién un año después, cuando los padres comenzaron a participar en las actividades de un grupo de autoayuda, tomaron conciencia cabal de su gravedad.

¿Y por qué justamente Florent?

La fibrosis quística es un trastorno metabólico congénito. Las secreciones de los pulmones y de otros órganos de quienes la sufren son mucho más viscosas que las de personas sanas. Las mucosidades obstruyen las más delgadas ramificaciones de los bronquios y producen, entre otros, problemas respiratorios. La fibrosis quística es incurable. Pero su tratamiento temprano puede retardar significativamente su evolución.

Una de las particularidades es que la enfermedad sólo se declara, cuando ambos padres heredan a su hijo o hija un gen defectuoso específico. “Nosotros, las tres hijas de la familia Gérolt, nos casamos con tres hijos de la familia Girard”, comenta Patricia Girard y se pregunta: ¿Por qué le tocó justamente a Florent? He aquí la respuesta de su hijo: “Para mí sería mucho más doloroso de soportar, si mis hermanos estuviesen enfermos. Agradezco a Dios que ambos estén sanos”.

Recuerda Florent su niñez, cuando tenía que permanecer durante doce horas en la cama, protegido por una suerte de carpa que lo aislaba del mundo y de un humidificador del aire. A partir del momento que ingresó a la escuela primaria tuvo que internarse regularmente durante dos o tres semanas en el hospital. Una complicación pulmonar que puso en peligro su vida, le impidió rendir su examen del bachillerato superior. Tuvo que renunciar a sus planes de estudiar Derecho. También le quedó vedado el acceso a una formación profesional en un instituto público para personas con discapacidad. “Lo más importante que me enseñaron mis padres es confiar en Dios”, dice Florent.

Cantando hacia la anestesia

Florent sintió desde pequeño que los hermanos y las hermanas intercedían por él. Tras una experiencia personal en un Servicio Divino, algo muy diferente a una mención que se da naturalmente en la oración, volvió a tomar coraje y a tener nuevas esperanzas. Comenzó a tolerar mejor el tratamiento con antibióticos, cuyo efecto comenzó a ser más prolongado. El médico dio la buena noticia a Florent, que entonces tenía 23 años, con una sonrisa de par en par: “¿Qué te pasó? ¿Cómo es posible?”

En los años 2012/2013 Florent sintió que ya no podía posponerse el trasplante de sus pulmones. Y el momento llegó el 27 de noviembre de 2015 a las 3:30 horas. “Comencé a cantar los himnos que cantamos en la Iglesia, todos los que iba recordando”, cuenta Florent acerca de los últimos instantes antes de dormirse con la anestesia.

La operación duró diez horas y media. Los padres se quedaron esperando en su casa, llenos de temor, oraban incesantemente. El Diácono Girard recuerda aquel momento: “Después de la operación nos enteramos que Florent había perdido mucha sangre, que su corazón se había detenido. Pero como en ese momento había un tercer cirujano presente, la reacción fue inmediata”.

Florent describe su despertar de la anestesia del siguiente modo: “Me veía en la Iglesia y el coro cantaba: ‘Venid con júbilo y cantad, nos ama Dios’. Entonces abrí los ojos, me di cuenta que estaba en terapia intensiva y pensé: ‘Guau, funcionó, gracias Dios mío’”.

Las enseñanzas de la enfermedad

“Tuve que volver a aprender a respirar”. Pero: “Ahora puedo volver a hacer muchas cosas cotidianas que antes me costaba mucho hacer, como ducharme, subir escaleras y comer”. En especial lo pone contento que puede asistir más seguido a los Servicios Divinos. “Me hacía mucha falta”. Toda vez que se realizan Servicios Divinos en ayuda para los difuntos, Florent pide algo especial: “Quiero recordar a la persona que me donó los pulmones”.

El hermano en la fe quiere esperar a que pase el primer año tras el trasplante: “Si me siento bien, quiero retomar mis estudios y hacer la carrera que me habían propuesto hace 13 años”. En tal caso también le gustaría tener su propio departamento y una relación. “Siempre mantuve mi vida afectiva entre paréntesis. Nunca quise que alguien tuviera que cargar con mi enfermedad”.

“La enfermedad me dejó muchas enseñanzas: En la vida es importante ser humano y comprender las necesidades de los otros; creer en Dios y no apartarse de este camino. Si no hubiera estado enfermo, ¿habría visto las cosas de este modo y vivido así?”, se pregunta y agrega: “A través de la enfermedad me fueron quitadas muchas cosas, pero nadie me puede quitar al amado Dios, el amor de mi familia, mis amigos y los hermanos y hermanas en la fe”.

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Dinara Ganzer, Andreas Rother
18.01.2017
Francia, vida en la comunidad, personalidades