Hacer la paz

Poco antes del “Día Internacional de la Paz”, el 21 de septiembre, vale la pena profundizar en el tema. El Ayudante Apóstol de Distrito Helge Mutschler ha escrito algunas reflexiones sobre cómo cada uno puede convertirse en un pacificador para que esto no quede solo en algo en lo que pensar.

Durante una reunión de portadores de ministerio surgió una vez una disputa sobre un tema ocurrido en una comunidad. Y ya no se trataba del asunto en cuestión, sino solo de quién tenía la razón. Dos Pastores intentaron calmar los ánimos: “No merece la pena empezar una pelea por esto”. Pero la discusión se les había ido de las manos. Un portador de ministerio mayor llegó tarde y se sentó a la mesa. Inmediatamente, los demás quisieron incorporarlo en la discusión. Pero permaneció en silencio. Extrañamente, la discusión terminó unos minutos después. Le preguntaron: “¿Por qué no hemos conseguido hacer la paz? Tú, en cambio, te sientas y la discusión se resuelve sola”. Él respondió: “Oré en silencio alabando y glorificando a Cristo. Donde se alaba a Cristo, no hay lugar para la contienda”.

Jesucristo, el Príncipe de paz (Isaías 9:6), es el camino hacia la paz. En su sacrificio en la cruz, establece la paz entre Dios y los seres humanos. Esta paz nos es prometida una y otra vez en el Servicio Divino cuando escuchamos la buena nueva: “La paz del Resucitado sea con vosotros”.

La paz es un don y una tarea: ¡sed pacificadores! No podemos hacer la paz nosotros mismos. Pero podemos pedir la paz a Dios. Orar funciona. ¡Orar por la paz funciona!

En concreto, podemos pedir a Dios humildad, mansedumbre y paciencia (Efesios 4:2).

Con humildad haces la paz. Humildad significa: no pienso solo en mí, sino que te respeto, porque eres una dádiva de Dios. Te miro a los ojos y no desde arriba. Te dejo como eres. Me alegro de tu singularidad. Respeto lo que es importante para ti. Te escucho conscientemente y te dejo hablar. Acepto tus críticas justificadas. Estoy dispuesto a cambiar de opinión. Reconozco mi culpa y te pido perdón.

Con mansedumbre haces la paz. Mansedumbre significa: soy bueno contigo, porque Dios es bueno conmigo. Soy amable y atento contigo. No te critico, sino que hablo bien de ti. Te doy las gracias. Te alabo. Comparto contigo. Oro por ti.

Con paciencia haces la paz. Paciencia significa: tengo paciencia contigo, porque Dios tiene paciencia conmigo. Soy considerado, empático, comprensivo, amable y perdono. No te juzgo, sino que soy indulgente y tranquilo. Hablo y callo en el momento oportuno. Pienso antes de reaccionar. No echo aceite al fuego, sino agua. Renuncio a mis derechos y dejo que la paz me cueste algo. Y paciencia significa: te perdono, porque Dios también me perdona.

Hacemos la paz con humildad, mansedumbre y paciencia. Y entonces Dios nos une con el vínculo de la paz (Efesios 4:3). Esto genera unidad en la diversidad y diversidad en la unidad.

¿Quieres ser feliz? Entonces sé un pacificador. Porque los pacificadores son personas felices (Mateo 5:9).


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