Cambiar de dirección una vez, por favor

¿Cambiar de dirección mientras se avanza a toda máquina? Muy pocas veces se logra. Lo que tienen en común los grandes barcos y las personas creyentes … un alegato a favor del arrepentimiento y un auténtico nuevo comienzo.

Un superpetrolero totalmente cargado navega por el mar. Tiene que corregir su rumbo. Frenar por completo a este coloso de 250.000 toneladas necesita tiempo: puede durar un máximo de 15 esloras, estipula la Organización Marítima Internacional (OMI). Si la eslora del buque es de 400 metros, son seis kilómetros de navegación. El capitán toma el telégrafo de máquinas y cambia la palanca de aceleración de “avanzar a toda máquina” a “marcha atrás a toda máquina”. Ahora podría ayudar una maniobra evasiva: cinco esloras necesita el petrolero para girar por completo y lo hace en un radio de hasta dos kilómetros.

Por otra parte, cambiar de dirección o girar en un puerto parece mucho más sencillo. Los motores funcionando a poca velocidad, la posición correcta del timón, adicionalmente pueden ayudar los pequeños, aunque poderosos, remolcadores que empujan o arrastran. La dirección se corrige pronto. Tarea lograda.

Un empujoncito a la izquierda o a la derecha

Cambiar de dirección, girar, corregir el rumbo. Esto también forma parte de la vida del ser humano. Salir de lo humano, volverse a lo divino. Es el arrepentimiento, el convertirse a Dios –como se dice en griego epistrepho– lo que produce un giro en la vida.

Dar un giro, convertirse. Los seres humanos también lo pueden hacer mejor cuando no están “avanzando a toda máquina”. Es claramente más fácil si primero se “desaceleran”, “están en el puerto” y si Dios brinda su apoyo: mediante un “empujoncito” a la izquierda o a la derecha. Se necesita tiempo para reflexionar, así como pensó el hijo pródigo antes de volver con el padre (Lucas 15), así como meditó el rey David cuando el profeta Natán le llamó la atención por su error (2 Samuel 11).

Una vez y siempre de nuevo

Cambiar de dirección, convertirse una vez. Esto fundamentalmente está vinculado con el Bautismo, un hecho único. La vida de la persona se orienta a Dios. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). El que se ha convertido a Dios, es otro. Ya no es sólo un pecador, ya no está alejado de Dios. Su vida adquiere una nueva perspectiva, nuevos parámetros. El pensamiento, el obrar, la fe se convierten.

Cambiar de dirección, convertirse siempre de nuevo. Esta tarea se le presenta regularmente al ser humano que se confiesa a Dios, pero que tiene que comprobar que no le es posible estar sin pecado. El hombre vuelve a caer, vuelve a apartarse un poco de Dios una y otra vez. Reconocer la propia pecaminosidad, pero también tomar conciencia de la gracia de Dios, a veces resulta más fácil y otras más difícil. El arrepentimiento, el convertirse, también es un proceso que acompaña a la vida.

Cambio fundamental del ser

Cambiar de dirección, convertirse, es una preparación oportuna para el perdón de los pecados y la Santa Cena. “Con la petición “Perdónanos nuestras deudas”, los creyentes se profesan ante Dios como pecadores y ruegan por su gracia” (Catecismo INA 12.1.7.2.6). El arrepentimiento no está ligado a un determinado día ni a un determinado acontecimiento.

Lo esencial es que no quede solamente en la confesión de los pecados: “La penitencia tiene lugar al reconocer las propias deficiencias, o bien, la propia conducta equivocada. Abarca el arrepentimiento —el sentimiento de pena por injusticias cometidas a partir de hechos u omisiones— y el serio esfuerzo por cambiar y mejorar” (Catecismo INA 12.1.8.5). Después de la confesión sigue el paso esencial: la conversión, el cambio fundamental del ser.

Estar revestido de Cristo y revestirse de Cristo

Dios hace el comienzo. Dios ama y llama al hombre. Y entonces el hombre reacciona: “El Bautismo es un “revestirse de Cristo”. Con él tiene lugar el primer paso en el camino a la renovación del ser interior. “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:27). Esta imagen está basada en dejar la vieja conducta y “revestirse” de las virtudes de Cristo. Describe lo que se expresa en el concepto del arrepentimiento: apartarse del viejo ser y entregarse al Señor. Se trata entonces de llevar una vida conforme a la voluntad de Dios. El bautizado promete alinear su vida bajo el reinado de Cristo. Alcanza “en Cristo” una nueva existencia” (Catecismo INA 8.1.6).

Y Dios acoge al hombre entregado a Él con perdón y salvación. “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7). Discernimiento, arrepentimiento, conversión no son algo triste, deprimente, sino alegría, dicha y el camino a la vida eterna. El que acepta la gracia de Dios, deja atrás todo lo demás. Se trata de un auténtico nuevo comienzo, de un cambio. Lo que significa un terminar, dejar cosas atrás, querer cambiar.

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Oliver Rütten
21.11.2018
servicio Divino