El otro lado de la creación

Poco antes del Servicio Divino en ayuda para los difuntos, el más allá parece especialmente cercano. Pero qué se puede decir, sin más, de ese otro mundo: respuestas de la Biblia y del Catecismo.

“La Sagrada Escritura se refiere reiteradamente a un mundo invisible, a ámbitos, sucesos, estados y seres que se hallan fuera del mundo material”. Así comienza el capítulo 3.3.1.1 del Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica titulado “La creación invisible”. Este es el tema del primer domingo de noviembre, después de que en los Servicios Divinos dominicales de octubre se tratara el tema de los distintos aspectos y perspectivas de la creación visible.

Lo que esto significa, lo describe la Confesión de Nicea-Constantinopla: “Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, hacedor del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles” (Catecismo INA 2.2.2). De este mundo invisible atestigua en muchas ocasiones la Sagrada Escritura.

Hablar solo en imágenes

El término “más allá”, tan a menudo utilizado, deja claro que este mundo está más allá de las facultades perceptivas humanas. Mientras que el ser humano, a través del progreso tecnológico, hace visible y permite describir mucho de lo que a simple vista está oculto, la creación invisible de Dios, el más allá, sigue estando fuera de la comprensión humana y no puede describirse en esos términos.

Sin embargo, la Sagrada Escritura utiliza el lenguaje figurado para enunciar lo invisible (Catecismo INA 3.3.1.1). Quienes siguen estas imágenes pueden deducir qué elementos pertenecen a la creación invisible:

  • el reino en el que reina Dios (Apocalipsis 4 y 5)
  • los ángeles (Catecismo INA 3.3.1.1)
  • el alma inmortal del ser humano (Catecismo INA 3.3.4)
  • el reino de la muerte (Catecismo INA 9)

En estrecha interacción entre sí

La creación invisible está estrechamente entrelazada con la creación visible. Así, el ser humano es una unidad de alma, espíritu y cuerpo. Mientras que el cuerpo terrenal está sujeto a la ley de la transitoriedad, el espíritu y el alma siguen viviendo. De este modo, Pablo escribió a los corintios: “Pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18).

Mientras que el cuerpo terrenal desaparece, las personas conservan las huellas y experiencias del mundo visible más allá de la muerte. Así, el ser humano retiene su personalidad (Catecismo INA 9.3) y también la actitud que ha tenido hacia Dios durante su tiempo de vida en la tierra. Esto tiene efectos sobre el ser en el más allá. El deseo de estar cerca de Dios o bien la necesidad de una completa independencia del Creador también conformarán entonces los pensamientos y las acciones del individuo.

Sin embargo, la idea de que los difuntos ya “habitan con Dios” no es correcta desde una perspectiva nuevoapostólica. Para la comunión con Dios se requiere la unidad de espíritu, alma y cuerpo. Recién en el retorno de Cristo, las almas redimidas volverán a recibir un cuerpo, el cuerpo de resurrección. Con este cuerpo, entonces será posible la comunión eterna con Dios en la nueva creación.

Sacramentos, aquí como allá

En Jesucristo, Dios mismo se hizo hombre y tuvo que experimentar la muerte terrenal con todo su dolor y sufrimiento. A través de Cristo, fue dado todo lo que el ser humano necesita para encontrar la salvación. Así, las personas deben ser bautizadas con agua, recibir el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos de un Apóstol viviente y confesar una y otra vez el sacrificio de Jesús en la comunión de los creyentes durante la Santa Cena. Los Sacramentos instituidos por Cristo tienen siempre un aspecto material, visible, y un lado invisible: el signo visible y la acción invisible de Dios.

Esto también se aplica a las almas no redimidas del más allá. Por ello, en la Iglesia Nueva Apostólica los Sacramentos se administran en representación a los vivos para que puedan beneficiar a los difuntos que los deseen. Por ejemplo, en el caso del Bautismo con Agua, el acto visible se realiza en un representante, y el efecto invisible se despliega luego en las almas del más allá deseosas de recibirlo.

Juntos para todos

El mandamiento de amar al prójimo incluye también al prójimo “invisible”. Los discípulos de Jesús son llamados a dar testimonio del amor de Dios con palabras y obras a los seres humanos con los que se encuentran en la tierra. Esta misión también se aplica a quienes están en el más allá. Desde que Jesús ofreció el sacrificio, la condición de las almas en el más allá puede cambiar para mejor. Así, la salvación también puede alcanzarse después de la muerte física (Catecismo INA 9.6).

Por eso, los cristianos nuevoapostólicos interceden por los difuntos con la convicción de que Dios quiere que todos los seres humanos de todos los tiempos sean salvos. Al igual que el mundo material visible, dañado por la caída en el pecado y necesitado de redención, también los difuntos esperan la redención, que se consumará en la nueva creación.

Especialmente antes de los Servicios Divinos en ayuda para los difuntos, se desarrolla una estrecha relación entre los vivos y los muertos. Ambos “mundos” se presentan ante su Creador con alabanzas y honras, rogándole que ayude a las almas que aún no han sido redimidas.


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