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Para el 3º Adviento: «No juzgará según la vista de sus ojos»

diciembre 12, 2015

Author: Peter Johanning

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«Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos», dice Antoine de Saint-Exupéry en su clásico «El principito». Mas el hombre no ve siempre con el corazón. Muchas veces los propios intereses se oponen a un juicio justo. Un llamado para mirar bien las cosas.

Isaías, uno de los profetas grandes del Antiguo Testamento, vio el futuro: vendrá una persona especial de la casa de David, reposará sobre él un espíritu especial, el espíritu de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de poder, de conocimiento, de temor de Dios. Dice de él el visionario: «No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia» (parte de Isaías 11:34).

Palabras fuertes, absolutamente dignas de imitar, ejemplares, no sólo apropiadas para el Adviento, no sólo válidas para aquella época. Hacen referencia a Jesucristo, el Salvador del mundo. Él mismo explicó en sus prédicas a sus oyentes que Él era aquel sobre el que reposa el Espíritu de Dios.

No juzgar por las apariencias ni por referencias

La personas equitativas necesitan estas cualidades. El propio interés, la egolatría, el egoísmo no pueden cumplir papel alguno en ellas. Si todos aquellos que deben tomar decisiones en este tiempo cumplirían sus tareas con el Espíritu de Dios, no habría guerras, ni represión, ni discriminación. Ni las apariencias y las referencias deben influir en un juicio justo. En la dimensión bíblica, incluso el pecador tiene validez ante Dios, pues toda persona también tiene algo bueno.

Sin acepción de personas

Un ejemplo: el Apóstol Santiago habla en su epístola del Nuevo Testamento sobre una historia verdadera, previsible. «Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas». Una apelación, un llamamiento, una necesidad cristiana. Suponiendo, ilustra el Apóstol este lineamiento, que «en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y le decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?». ¿Es justo, entonces, juzgar a las personas según su apariencia exterior? ¿Clasificar a las personas en pobres y ricos? ¿Dejar afuera a los desfavorecidos? ¿Pasar por alto a los que tienen bajos recursos? ¿Castigar a los discapacitados no amándolos? ¡No!

«Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?». Un punto de vista interesante en lo que respecta a los gobernantes del mundo, que frecuentemente forman parte de las personas más ricas. «Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores».

Teóricamente está todo claro

En fin, todo está escrito. Teóricamente está todo claro, pero en la práctica no. Como seres humanos nos cuesta respetar a los que son completamente diferentes –hacer el bien a los que no actúan como el resto de la sociedad– tener contacto con los que por su forma de vida no tienen amigos. Pero no tiene que ser así: el Adviento nos recuerda lo realmente importante en la vida: ser honrado, justo, dedicarse a los demás.

Seguir a Jesús es la divisa, ¡en todo!

Foto: eyetronic – Fotolia

diciembre 12, 2015

Author: Peter Johanning

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