Para el 4º Adviento: ¿Y a quién perseguimos?
¡Nuestro amor a Dios, a Jesucristo no puede ser más grande que el amor al prójimo! Un reconocimiento antiquísimo, todos lo conocen. Y entonces: ¿Qué grande es nuestro amor al Señor? ¿Y al prójimo? Preguntas, que quieren ser respondidas.
Con ese fin, una historia de la Escritura: El Hijo de Dios había resucitado. Se mostró a sus discípulos en el lago de Tiberias y desayunó con ellos, como narra el Evangelio de Juan. Y cuando ellos lo vieron, le preguntó a su discípulo Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?». La pregunta de si lo amaba la repitió dos veces más. Pedro dijo que sí las tres veces.
Lo que pasó antes
Pedro, por otra parte, tenía un pasado que no siempre había sido halagador. Había aprendido muy lentamente lo que significa seguir al Señor. Al final, incluso hasta la muerte. Cuando comenzaba a ser un discípulo, las cosas eran diferentes. Había un poco de interés propio cuando preguntó qué podía esperar a cambio de su seguimiento. Negó al Señor en el momento en el que este era sometido a juicio, porque su miedo a sufrir en carne propia era más grande que el amor a su Señor. Tres veces lo había negado; tres veces ahora el Resucitado le pregunta por su amor hacia Él. Pedro había recorrido su camino. Había aprendido, había permanecido fiel y atento, había comprendido el verdadero núcleo de ser cristiano: no se trata de algunos pocos años libre de preocupaciones aquí, sino de la salvación allí.
Y nosotros, ¿cuánto amamos realmente al Señor? Lo amamos mucho, será, seguramente, nuestra respuesta. ¿Pero es así? ¿Es más que una confesión de labios?
Bien, todos nosotros tenemos un pasado. Nadie es tan bueno como para no ser aún mejor. A veces contendemos con Dios, dudamos sobre su bondad, nos encerramos dentro de un caparazón, estamos resentidos, envidiosos, desinteresados. A veces estamos cansados de todo, nos queremos dejar llevar. Y por otro lado, hay países en los que los cristianos tienen problemas graves.
100 millones de cristianos perseguidos
Existen persecuciones de cristianos hasta el día de hoy. «Open Doors», un grupo interconfesional, estima que unas 100 millones de personas en más de 50 países son perseguidas por confesarse a Jesucristo. ¡100 millones! En los tres primeros lugares del así llamado índice mundial de persecución están Corea del Norte, Somalía e Irak. No se trata sólo de persecución física. Naturalmente es injusto que por su fe los cristianos sean encerrados, heridos, torturados e incluso asesinados. ¡Esto sigue siendo una realidad en muchos países del mundo!
Mas la persecución también existe cuando a causa de su fe los cristianos pierden su trabajo, cuando los niños son excluidos de la educación o los cristianos son echados de su área de residencia natural. Así, cuando cristianos creyentes deben contar con consecuencias para la familia, sus posesiones, su cuerpo y su vida, esto es persecución a los cristianos.
Toda forma de discriminación o vejación transgrede la Carta de los Derechos Humanos. Y la libre elección para practicar una religión es parte de ello. El artículo 18 dice: «Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia». La mayoría de las naciones del mundo lo firmaron.
¿Por qué me persigues?
Pero volvemos a la pregunta del comienzo. ¿Cuánto amamos al Señor? ¿Estamos dispuestos a sufrir por Él, en lugar de dejar que Él nos sirva? ¿Seguirlo, en lugar de perseguirlo? ¿Considerarlo una orientación para nuestra propia vida, en lugar de recorrer caminos propios? Pablo, en su tiempo, se tuvo que contentar con que se le haga esa pregunta. Y nosotros, ¿a quién perseguimos? ¿Tal vez a nuestro prójimo porque es diferente? ¿Tiene una fe diferente? ¿Habla diferente? ¿Piensa diferente?
¡Nuestro amor a Dios, a Jesucristo no puede ser más grande que el amor al prójimo! Un viejo reconocimiento, todos lo conocen.