Atrapado en un carrusel de pensamientos, todo sentimiento congelado… La depresión, una enfermedad que puede afectar a cualquiera y ante la que, sin embargo, muchas veces sólo se muestra incomprensión. ¿Cómo pueden ayudar los asistentes espirituales y las comunidades a los afectados?
Miriam*, 15 años de edad, no quiere ver más nada ni quiere oír más nada. Únicamente se siente bien en su habitación, días enteros está en la cama, ya no tiene fuerzas para salir. Marcos*, dirigente de una comunidad y jefe de sección en un departamento, trabaja al máximo, ya no puede recobrar fuerzas, por la noche está durante horas despierto en su cama, durante el día casi no se puede concentrar en sus tareas.
«Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!». Así dice el texto bíblico de Filipenses 4:4 para el Servicio Divino del 1º de septiembre de 2013 en Pforzheim, Alemania. Pero el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider sabe que esto no le es posible a todos: «También existe una cantidad de hermanos que sufren de depresiones y ahora dicen: ‘Pero yo no me puedo regocijar en mi estado’. Amados hermanos, eso lo sabemos y quisiera decir en forma muy explícita: ¡Esto naturalmente no refleja el estado del alma! Es una enfermedad del espíritu, del cuerpo, del hombre».
No es un signo de debilidad
«Una depresión va mucho más allá del sentimiento de tristeza», explica la Licenciada en Psicología Andrea Häger: «Los afectados muchas veces no son capaces de experimentar emociones». Los criterios principales son abatimiento, pérdida de la alegría y apatía. «Cuando en la familia alguna vez se presentaron depresiones, uno es más propenso a contraerlas».
Pero la enfermedad puede afectar a todos, también a personas que por lo general son consideradas fuertes y exitosas: como por ejemplo el estadista británico Winston Churchill, quien llamaba a su padecimiento el «perro negro». O la actriz estadounidense Angelina Jolie, que «pasó años en una cierta oscuridad interior».
Estados que hoy se diagnostican como depresión o síndrome de desgaste profesional, tampoco se desconocen en la Biblia. Fue así como Elías se echó debajo de un arbusto deseando morirse (1 Reyes 19). O cuando el salmista clamó: «Mi corazón está herido, y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan» (Salmos 102:5).
Lo antes posible al especialista
Lo que los griegos en la antigüedad llamaban «melancolía», la Edad Media católica lo convierte en pecado de muerte y el protestantismo temprano en tentación del diablo. Recién en la época de la Ilustración, el padecimiento es reconocido como enfermedad. Recibe el nombre de «depresión» en el siglo XIX.
Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, alrededor del 15 por ciento de todas las personas sufren alguna vez en la vida un episodio depresivo. El 80 por ciento de los afectados vuelve a enfermar. Entre el 15 y el 20 por ciento de los enfermos cometen suicidio.
Tanto más importante es visitar lo antes posible a un médico especialista: «La depresión es una enfermedad, no es una señal de falta de fe», destaca la psicóloga Häger. «Tampoco se aconseja a alguien con dolor de muelas: Ahora andá a orar y el dolor va a desaparecer».
Participación, dedicación, oración
No obstante, los asistentes espirituales y la comunidad pueden apoyar mucho a los hermanos enfermos de depresión y a sus parientes, deja claro el Apóstol Wilhelm Hoyer: «participando con calidez y sensibilidad, dedicándose con el corazón y escuchando con paciencia, estimulando con confortación y cooperando, orando juntos profundamente».
«Las personas depresivas necesitan muchísima cercanía y amor», confirma Miriam* que hoy tiene 22 años. «Tomadlas de la mano, decidles: tú no estás solo, tienes a alguien a tu lado, yo estoy siempre aquí para ti. Me hizo bien cuando escuché que algunos hermanos estaban orando por mí. Esto me da muchas fuerzas».
Y precisamente esto fue lo que confirmó el Apóstol Mayor Schneider durante el Servicio Divino en Pforzheim: «Justamente a estos hermanos les quisiera decir en forma muy simple: ‘Amado hermano, amada hermana, seguimos orando por ti. El amado Dios te ama, aunque tú ahora, hoy no lo puedas sentir».
Estas experiencias, por su parte, dan fuerzas para ayudar a otros. Así lo vivió Marcos*, quien de nuevo está activo como Pastor: «Me ayuda mucho en la asistencia espiritual. Puedo sentir con otros cómo es cuando ya no puedes orar, cuando ya no puedes creer que Dios tiene previsto algo bueno contigo, porque yo mismo lo viví. Pero yo experimenté una y otra vez que Él está conmigo. Estas experiencias me enriquecieron mucho».
*Nombre modificado por la Redacción / Foto: eyetronic – Fotolia