Jesús se hizo semejante a los hombres, dicen los cristianos. Para eso nació. Jesús puede salvar a los hombres, para eso murió. Así dice el mensaje claro del Evangelio. En el Servicio Divino de comienzos de julio en Vancouver/Canadá, el Apóstol Mayor subrayó en forma impresionante este viejo mensaje que sigue siendo actual.
El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider celebró el Servicio Divino en ayuda para los difuntos en Vancouver, la ciudad canadiense. El tema del Servicio Divino fue el texto bíblico de Salmos 34:18: «Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu». Aunque es una palabra del Antiguo Testamento, naturalmente uno de inmediato piensa en el Señor Jesucristo y lee esta antigua palabra de los Salmos a la luz del Evangelio. «Jesús fue el Dios que vino a la tierra», «Jesús vivió entre los hombres e hizo que estos pudiesen experimentar a Dios», «Jesús vivió con los quebrantados de corazón», fueron las palabras introductorias de la máxima autoridad de la Iglesia. Estuvo cerca de los enfermos y de aquellos que ya no tenían esperanza. También estuvo cerca de los afligidos. «Pensemos en la viuda de Naín. Su único hijo había muerto. Jesús se acercó a ella, vio su corazón quebrantado y la salvó».
El Apóstol Mayor también recordó a la comunidad al enfermo del lago de Betesda. «Nadie le ayudaba. Había sido olvidado, se había vuelto superfluo». Pero Jesús se acercó a él, vio su corazón quebrantado y lo salvó.
Jesús mismo sufrió
Jesús, dijo quien dirige la Iglesia, no solamente estuvo cerca de todas esas personas, hasta vivió con ellos, compartió su vida cotidiana con ellos, sintió el mismo sufrimiento, la misma pesadumbre. «Él también estuvo quebrantado de corazón». Y el Apóstol Mayor mencionó ejemplos:
- Su propia familia no entendió cuál era su misión.
- Sus vecinos, su pueblo lo echó, lo desestimó.
- Él también experimentó violencia, dolores, injusticia e incluso la muerte bajo circunstancias sumamente indignas.
No nos podemos imaginar algunos dolores que sufren otras personas, mencionaba la prédica. «Muchas personas sufren por años. Su vida es cruel. No tenemos siquiera la más mínima idea de las cosas terribles por las que deben pasar».
El mundo es injusto
El Apóstol Mayor también habló de la injusticia que hay en el mundo. «El mundo está lleno de injusticia». Están los ricos de un lado y los pobres del otro. Hay algunos que tienen un buen trabajo y otros que no tienen la mínima chance de tener un empleo. Muchas personas vivieron en países pobres y en absoluto tuvieron la culpa de ello. «Son igual de buenos que otros y no tienen chance alguna porque no nacieron en otra parte». Jesús lo podría entender, Él murió sin culpa alguna. Jesús podría salvar a todas esas almas, ya sea estén viviendo y ya hayan muerto, explicó el Apóstol Mayor. Él las salva como el Hijo de Dios. Pero esto hay que creerlo.
Un corazón humilde confía en Dios
Jesús es Dios, ¡eso hay que creerlo! Acercarse a Él, confiar en Él, seguirlo. Entonces llega la redención. «La humildad forma parte de la redención. Acercarse a Jesús y clamar: ¡Necesito tu ayuda!, esto forma parte de ello», predicó el Apóstol Mayor. Lo que hace libre no es el deseo de una expiación futura, de una consecución de justicia, sino el corazón humilde. «El humilde es el que entenderá a Dios, confiará en su ayuda, andará sus caminos». Jesús lo mostró, Él colocó su espíritu en las manos de Dios.
Esto, siguió diciendo el Director de la Iglesia, se escucha fácil, pero vivirlo, resulta difícil. Tener un espíritu humilde no significa otra cosa que aceptar lo que viene de Dios, incluso lo que yo como ser humano no entiendo. Una persona humilde siempre es una persona dispuesta al arrepentimiento, que sabe que depende de la gracia de Dios. Aunque aparentemente hayamos hecho todo bien en la vida, al final sólo queda la gracia.
«Uno no se puede ganar la gracia. Hay que rogar por ella».