¿Incrédulo? Para nada: precisamente el que dudó fue el que más cerca estuvo de Dios. El muchas veces malinterpretado Tomás fue uno de los testigos principales. Una mirada algo diferente de la historia de Pascua.
En realidad, la historia gira en círculo: tres veces en el Evangelio de Juan, capítulo 20, pasa lo mismo, pero no es lo mismo. Es un juego de intercambio de preguntas y respuestas, de buscar y encontrar.
Pregunta y respuesta
¿Dónde está Jesús? Se lo pregunta María Magdalena cuando llega al sepulcro en la mañana de Pascua. Esta pregunta también se la hacen Pedro y el discípulo al que amaba Jesús, en general identificado con Juan, después de su corrida hacia ese lugar. Y finalmente también se lo pregunta Tomás, cuando duda de los relatos de sus compañeros, los discípulos.
¡Jesús ha resucitado! Esta respuesta recibe María cuando se encuentra con el que pensaba que era el hortelano. Y esta respuesta reciben también los discípulos y finalmente el rezagado Tomás, cuando Jesús visita su reunión una y otra vez.
Buscar y encontrar
El acontecimiento tiene sus vueltas, pero el significado de los hechos aumenta con cada repetición: una espiral hacia arriba se pone en marcha.
Por ejemplo al buscar: María tan sólo ve el sepulcro abierto y busca en los alrededores. Pedro y Juan entran y lo encuentran vacío. También Tomás busca. Pero su duda da un sentido más profundo al ángulo visual.
Y más aún al encontrar: María reconoce en Jesús a su Maestro (raboni). Los discípulos reconocen a su Señor (kyrios). Sólo Tomás percibe la naturaleza profunda de Cristo: «Señor mío, y Dios mío» (theos).
Distancia y cercanía
Qué cerca llega el que dudó del Salvador, lo muestra el Evangelio de Juan con coherencia: Jesús se presenta a María todavía con el cuerpo de resurrección, con las palabras: «No me toques». A los discípulos les muestra las heridas. Pero sólo Tomás puede tocarlas.
María recibe nada más que una tarea sencilla: avisarle a los discípulos. Los Apóstoles, en cambio, reciben una autoridad muy trascendente: remitir los pecados o retenerlos. ¿Y Tomás? Recibe primero una reprimenda por no creer sin ver.
Ayer y hoy
«Bienaventurados los que no vieron, y creyeron». ¿A quién va dirigido el mensaje central de este capítulo?
La respuesta la brinda la espiral que va ascendiendo: da vueltas comenzando en la caminata de María por la mañana, pasando por la carrera de Pedro y Juan por la noche hasta llegar al retorno de Jesús el mismo día de la semana próxima. Se eleva comenzando por el individuo, pasando por ambos representantes de los discípulos hasta llegar a todos juntos reunidos, cuyo número se completó cuando llegó el que primero faltaba.
En pocas palabras: la exhortación está dirigida a todos, en todos los tiempos. Es válida para ti y para mí, aquí y ahora. Nosotros somos Tomás. Oímos el mensaje de Pascua sobre la resurrección y no logramos entenderlo. No podemos correr nosotros mismos hasta el sepulcro y esperamos en vano una prueba visible.
Aprender a dudar, aprender dudando
¿Tienes dudas? ¿Y qué? Tomás también las tenía. Pero no era un devastador «¿Conque Dios os ha dicho…?», sino un «¡quiero saberlo!». Así como quiso saber antes de que Jesús le respondiese: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Y como quiso saber cuando Jesús se puso en marcha a Betania: «Vayamos también nosotros, para que muramos con él».
Es la misma tenacidad con la que Job se atuvo a Dios: «Yo sé que mi Redentor vive». Y la misma intransigencia con la que imploró Jacob: «No te dejaré, si no me bendices».
El que cree así, llegará a la contemplación. Reconocerá a su Dios y Redentor, y lo entenderá viviéndolo bien de cerca.
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