Dios da, el hombre recibe – sobre la oración
Forma parte de la oración mucho más que la convicción de la tradición o la grandilocuencia. Pero, ¿qué se necesita para tener una activa vida de oración? Todo depende de la atmósfera adecuada, una buena actitud y la posición interior. Aquí la segunda parte de las consideraciones sobre la oración.
Cuando alguien está orando se lo reconoce desde lejos: tiene sus manos juntas, sus ojos bien cerrados o bien está parado ensimismado y con la cabeza gacha. Una oración seria va unida casi siempre con la apropiada expresión corporal. Juntar las manos señala concentración: el que ora se concentra totalmente en la conversación con Dios y deja de hacer cualquier actividad. Cuando el que ora se arrodilla, demuestra con ello que se humilla ante Dios y lo honra como el Todopoderoso, el Sublime y Misericordioso. El que cierra sus ojos cuando ora, no quiere que nada lo distraiga. El que baja su cabeza, se entrega a la omnipotencia de Dios.
Orar es corporal
Ya en la postura exterior queda claro que el que ora se entiende como alguien orientado por completo hacia Dios. La oración surge de la necesidad inmediata de dirigirse a Dios, agradecerle por lo recibido y pedirle asistencia y ayuda. Por eso, en la oración el hombre siempre es el que recibe, incluso cuando, como Jesús en sus peores momentos, lucha con Dios: «Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra» (Lucas 22:44). El hombre es el que pide y Dios el que da y otorga. Al fin y al cabo, siempre se trata de gracia y salvación que el hombre pide y Dios le dispensa.
Confesar y reconocer a Dios
En la oración, Dios es el que está del otro lado y sólo Él. Esto también es válido para la oración conjunta en el Servicio Divino. No está dirigida a los muchos presentes, sino a Dios. Por lo tanto, la oración no es un monólogo ni una alocución dirigida a los que participan de la misma. El que en la oración se confía a Dios, experimentará que Dios es el Padre lleno de amor que se ocupa de sus hijos, el que en las más diferentes situaciones de la vida brinda fuerzas y acompañamiento.
Si confesamos a Dios como el Creador, a Jesucristo como el Redentor y al Espíritu Santo como el Creador de lo nuevo, ya lo podremos experimentar en la oración. Nuestra confesión al trino Dios se volverá parte de nuestra vida y, por otro lado, la adoración, el agradecimiento, la petición y la intercesión que pertenecen a la oración, abrirán el entendimiento de la naturaleza de Dios. De ahí que la oración sea una importante fuente de reconocimiento directo de Dios. El que se confiesa a Dios, también lo reconoce.
El reconocimiento hace bien
¿Y qué hace reconocer además la oración? Todo lo que mueve al hombre, todo lo que acontece en su corazón, tanto sus propias necesidades y deseos como las necesidades y deseos de los demás, pueden tener cabida en una oración. Miedos y alegrías, la vida con salud y la vida con enfermedad, incluso cuando está próxima a la muerte, la belleza de la naturaleza y del ser humano, pero también lo abismal o la destrucción que el hombre realiza en la naturaleza y en otras personas, todo esto cabe en la oración.
Y aquí sigue vigente la promesa: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22).
Sigue la parte 3…
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