Bendición en lugar de maldición: el vidente cegado
¿El primer profeta auténtico de la Biblia? Como mínimo, un vidente y adivino. Pero está tan ciego para la voluntad de Dios que primero tiene que aprender a hablar un animal para que se le abran los ojos: el hecho de Balaam y la asna.
Causó algo de sensación cuando arqueólogos holandeses recuperaron en marzo de 1960 numerosas piezas de las ruinas de una edificación en Tell Dēr ‘Allā (Jordania). Siete años pasaron hasta que lograron armar el rompecabezas de unas 150 piezas de yeso provenientes de los muros y publicaron el resultado: «Y vino Dios a Balaam de noche… Así Balaam se levantó por la mañana… y lloró amargamente», dice entre otras cosas la inscripción que data de comienzos del primer milenio antes de Cristo.
¿Balaam? ¿No conocemos ese nombre de alguna parte? En efecto: Balaam es una de las pocas personas de la Biblia de cuya existencia dan fe fuentes históricas independientes. De pronto aparece en los capítulos 22 a 24 de Números. Y así, tan de pronto, que algunos rabinos de la tradición del Talmud quisieran contar esta sección como otro libro aparte de los cuatro libros de Moisés.
Una obra de la mejor literatura
La trama se desarrolla después de la marcha por el desierto y poco antes de la entrada de los israelitas a la tierra prometida. El rey vecino, Balac, tiene miedo de ese pueblo tan acreditado en la lucha y acostumbrado a la victoria y le encomienda a Balaam maldecir a los israelitas, pago de por medio, se entiende. Pero como un profeta sólo puede hablar lo que Dios le especifica, dice, en su lugar, palabras de bendición.
Artística es la estructura de estos capítulos: dos veces emprende Balaam su largo viaje de servicio a su lejana patria y tres veces se le impide seguir. Tres veces intenta maldecir y cuatro veces bendice. Mientras que las bendiciones se presentan poéticamente en forma y color, el relato trabaja con todo tipo de estratagemas de la dramaturgia: el camino se vuelve cada vez más angosto, el rey cada vez se desespera más.
Estrellas reflejadas
Dos pasajes dejan una impresión perdurable. Así, la última bendición culmina en la predicción: «Saldrá estrella de Jacob» (Números 24:17). La profecía ve cumplido el Nuevo Testamento en Jesucristo. Esto se refleja en la historia de Navidad, en torno a la estrella de Belén: los astrónomos vinieron de lejos, de Oriente, y después de presentarse regresaron a tu tierra para practicar una forma de metafísica bastante sospechosa para los israelitas, muy similar a la del adivino Balaam.
Y después viene el hecho de la asna: al llegar Balaam, el animal se asusta porque un ángel de Dios se le pone en el camino. Pero el vidente no lo ve y azota a la asna para que avance, hasta que Dios finalmente abre la boca del animal y de esa forma le abre los ojos al profeta.
Lo decisivo: qué enseña Balaam
Pero ahora la cosa se pone rara: ¿un animal que habla? ¿No es esto algo del mundo de los cuentos? Ya los escribas judíos y los Padres de la Iglesia cristianos tenían sus problemas con este pasaje. Más de uno opinaba que era una experiencia cotidiana que las personas entienden aun sin palabras lo que sus animales les quieren decir.
En último término, no es decisivo si la asna realmente habló o si Balaam solamente la escuchó. Lo verdaderamente importante es qué enseñanza se puede extraer de este acontecimiento. Existen muchas posibilidades de interpretación. Por ejemplo, estas:
- Si tú en tus acciones te encuentras con resistencia, fíjate bien: quizás es un ángel de Dios que te quiere detener. Escucha bien: quizás tus deseos son reticentes a lo que quiere Dios.
- Cuando estás frente al altar y te sientes como una asna. O cuando estás sentado en el banco y quieres evaluar, de alguna manera, al que está en el altar. Sé consciente de que es Dios el que abre la boca de sus servidores.
- Y finalmente, quédate tranquilo, el que trata tanto de maldecirte, se puede esforzar todo lo que quiera. Al final sólo conseguirá una cosa: ser una bendición para ti.
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