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La historia de Dios con los refugiados

junio 20, 2019

Author: Andreas Rother

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Mucho más que un acompañante. Los refugiados están especialmente cerca de Dios, el Padre, tan cerca están que su Hijo se hizo semejante a ellos. Un mirada a la Biblia hoy, Día Mundial de los Refugiados de las Naciones Unidas.

Les falta todo para poder vivir. Un hombre toma su familia y huye: Abraham. ¿Luchador por la libertad o terrorista? Un homicida debe huir: Moisés. Perpetuarse en el poder por asesinatos masivos, los padres huyen con el niño: Jesús. ¿Contar la historia de los refugiados y forasteros bíblicos? Casi imposible. El libro está lleno de esas historias.

La huida en serie

Ya comienza en las pequeñas historias de destinos individuales: Isaac con su familia se salvan de una hambruna cuando van a Gerar y Jacob cuando se dirige con su linaje a Egipto. Como perseguidos políticos, Elías huye al desierto y David a Gat. Primero Noemí vive como forastera en la patria de Rut, después Rut vive como forastera en la patria de Noemí.

Y con esto no terminan los grandes lineamientos de la historia bíblica: la nostalgia de los deportados en el exilio babilónico, la salida histórica de todo un pueblo de la esclavitud egipcia y, naturalmente, la primera expulsión que hubo: la del paraíso. El Antiguo Testamento es una historia de huidas.

Una experiencia decisiva

El que quiere, puede descartar cada uno de los hechos considerándolo un cuento. Pero lo irrefutable es que el recuerdo colectivo da fe de la experiencia colectiva y este pasado es decisivo para la sociedad en el presente y en el futuro.

«Y al extranjero no engañarás ni angustiarás» (Éxodo 22:21), sino que tendrá un mismo estatuto (Números 15:15) y, finalmente, «lo amarás como a ti mismo» (Levítico 19:34). Así y en forma similar rezaban los numerosos mandamientos que figuran en todos los textos de leyes de los libros de Moisés.

Amados por Dios

Son notables los fundamentos. Por un lado, «porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto», dice en Deuteronomio 10:19, por ejemplo. Y aunque las personas aquí eran tratadas de mala manera, no deben devolver mal por mal, sino hacer las cosas mejor.

Por otro lado, «Jehová guarda a los extranjeros» (Salmos 146:9) y «Dios grande … que no hace acepción de personas … ama también al extranjero» (Deuteronomio 10:17-18). Dios es un Dios de los refugiados, un Dios que acompaña y protege. Lo certifican las numerosas historias de destinos bíblicos individuales en todos sus detalles.

Dios se hace semejante

De nada de todo esto se retracta el Nuevo Testamento, todo lo contrario, como en muchas otras cosas avanza un paso más. Aquí es Dios mismo el que se convierte en refugiado. Con la huida del asesino de niños Herodes, Jesús ya bien al comienzo de su vida sobre la tierra comparte esta faceta del destino humano.

El hecho de que esta identificación no es una casualidad, sino un mensaje bien claro, se ve tres décadas después, cuando Jesús explica a sus discípulos los parámetros del tribunal del mundo. Y forma parte de estas explicaciones: «Fui forastero, y me recogisteis» (Mateo 25:35).

Ciudadano protegido con obligaciones

Amarás al extranjero como a ti mismo. Cada uno por sí mismo puede –y debe– decidir cómo obedecer a este mandamiento. Pero la Biblia también impone una exigencia al extranjero. Ya lo muestra el término hebreo para ello: «ger», que también puede traducirse como «ciudadano protegido». No solo comparte derechos, sino también obligaciones.

Lo decisivo para la relación de unos con otros es la relación con Dios. Y aquí existe este denominador común. Extranjeros son, en último término, todos, dice el Salmo 119:19:»Forastero soy yo en la tierra», pues la patria está en otra parte, completa Filipenses 3:20: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos».

Foto: Jiri – stock.adobe.com

junio 20, 2019

Author: Andreas Rother

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