En foco 12/2019: Gracias a Dios por su don inefable
«Ricos en Cristo», no siempre se lo reconoce de inmediato. El Apóstol de Distrito Michael E. Deppner alienta a tomar alguna vez otra perspectiva.
Muchas veces nos atormentan preguntas existenciales: ¿Por qué soy nuevoapostólico, un servidor de Dios? ¿Por que voy a la escuela dominical, a la juventud o canto en el coro? ¿Quizás porque tengo una buena voz y amo la música y me necesitan? No, querida hermana, querido hermano, es por gracia.
Con frecuencia se define a la gracia como maravillosa, infinita, indescriptible, incomparable, milagrosa y admirable. En muchos de nuestros cantos cantamos sobre ella. En 2 Corintios 9:14-15, el Apóstol Pablo la menciona, simplemente, como un don inefable: «¡Gracias a Dios por su don inefable!».
Recibimos el perdón porque nos arrepentimos de lo que hicimos y estamos dispuestos a convertirnos. Perdonamos a los demás y nos esforzamos por actuar apropiadamente y renunciar al mal. Sin embargo, sin la gracia de Dios todos nuestros esfuerzos serían en vano.
¿Vemos la riqueza de esta gracia, la riqueza del tiempo de gracia en el que vivimos?
En los últimos años de su vida, mi padre cayó dos veces en coma y pudo despertar gracias a los esfuerzos que hicieron los médicos. Después de despertar nos preguntaba: «¿Por qué todavía estoy con vida?». Según su interpretación, la respuesta era muy sencilla: «Estimo que mi tiempo todavía no ha llegado. Parece que el Padre celestial todavía no terminó conmigo aquí». Esto despertaba en él aún más preguntas: ¿Qué podría Él querer todavía de mí; qué podría aprender todavía, decir o enseñar todavía? ¿Cómo puedo servirlo todavía? Mi padre era un servidor de Dios con todas las letras. Y mientras pudo, sirvió a Dios.
Cuando después finalmente tuvo que partir, los hijos estábamos muy tristes. Pero incluso nosotros pudimos reconocer que eso también era gracia. Entonces se podría dar la misma respuesta a las siguientes preguntas: «¿Por qué estoy sano; por qué estoy enfermo? ¿Por qué logré pasar de año lectivo; por qué no lo logré? ¿Por qué soy rico o bien pobre, casado o bien vivo solo? ¿Por qué tengo una buena formación escolar o bien no tengo ninguna? ¿Por qué nací justamente en este país, en esta ciudad, en esta aldea, en esta familia, en esta comunidad? ¿Por qué nací en una familia nuevoapostólica? ¿Por qué recién tomé contacto con la Obra de Dios al final de mi vida? Todo esto no tiene importancia. Lo importante es que el día en el que fue derramado el amor de Dios en nuestro corazón (Romanos 5:5) fue un día de gracia.
Como con cualquier riqueza –es igual cuánto se tenga– todo depende cómo uno la administra y se maneja con ella. ¿Cómo nos manejamos con las riquezas que hemos recibido como hijos de Dios?
El bien más grande e importante es la gracia, el amor inmerecido de Dios. En ella tienen su origen, en realidad, todas las demás riquezas de Cristo. Tal vez es lo que instó el Apóstol Mayor Richard Fehr con el siguiente enunciado: «Todo es gracia y sin gracia todo es nada». También podríamos decir: «Todo es amor y sin amor todo es nada». Es intercambiable.
¿Cómo yo podría ser un hijo de Dios, un siervo de Dios, si no es por gracia? ¿Por qué yo podría cantar en el coro y servir a Dios, si no es por gracia? En el caso de mi padre, el tiempo de gracia era evidente, pero a todos nosotros nos es regalado este tiempo de gracia, este don tan preciado. ¿Qué hacemos con él? ¿Cómo lo aprovechamos?
Foto: ENA DR Congo