Ingobernable y poco dispuesto a integrarse, así se presentó el adolescente y casi tuvo problemas con personas importantes. Y luego también perdió la oportunidad de quedar bien con ellas. Una historia con muchas sorpresas.
605 antes de Cristo; en la ciudad de Babilonia gobierna el rey Nabucodonosor II. Hasta hace pocas semanas era un exitoso comandante militar, mientras que su padre Nabopolasar, fundador del Imperio Neobabilónico, ocupaba el trono. Ahora su padre está muerto y su hijo rige ese imperio mundial.
No solo es un conquistador, sino tamibén un maestro constructor. Sigue con la construcción de la ciudad de Babilonia, a la que su padre había realzado como ciudad de residencia. Surgen muchos palacios, templos y, además, una construcción exótica con escaleras, que más tarde estaría en el catálogo de las Siete Maravillas del Mundo: los jardines colgantes de Semiramis. A Nabucodonosor le gusta hacer cada vez más. Es imparable.
Rehén con garantía de prosperidad
A 1000 kilómetros de distancia viven en ese momento en Jerusalén Daniel y sus amigos Ananías, Misael y Azarías. De buena formación, los jóvenes de entre 15 y 16 años se encuentran entre los distinguidos jóvenes judíos que son deportados por Nabucodonosor a Babilonia.
Para los jóvenes esto no significa agua y pan, sino una muy buena educación y una atención excelente. El rey hace todo lo posible para prepararlos para el servicio en el palacio y las funciones de liderazgo que esto lleva asociado. Quiere convertir a sus enemigos en amigos: ¿Quién lo puede criticar?
Firmes, rebeldes
Daniel y sus amigos lo hacen, pero rechazan cumplir los usos y costumbres locales. Nada de vino fuerte ni comida de la mesa real, sino agua y legumbres es lo que piden los adolescentes de Jerusalén. Si bien con ello renuncian al lujo, mantienen las leyes alimentarias de su religión. Y como si eso no fuese suficiente, conforman su vida con oraciones diarias y se atienen a la Torá. Podrían vivir más cómodos y tendrían una buena excusa si se adaptaban a esas costumbres, pues, después de todo, estaban viviendo en el exilio.
Compañerismo, cueste lo que cueste
Los superiores en la corte real todavía no se rinden. Aún tienen esperanzas en que los jóvenes candidatos se integren. Que los cuatro tengan nombres que honran a Jehová, el Dios de Israel, les parece desagradable. Rápidamente se les ponen nombres caldeos integrándolos un poco más a la cultura babilónica.
Daniel (Dios es mi Juez) se convierte en Beltsasar (Bel protege su vida), Ananías (Jehová fue clemente) en Sadrac (temo a mi Dios), Misael (quién es como Dios) en Mesac (soy despreciado, humilde ante mi Dios) y Azarías (Jehová ha ayudado) en Abed-nego (siervo de Nebo, hijo de Bel). Pero en la actitud de los cuatro no cambia nada.
Cuando los sueños significan el fin
Entonces sucede una situación que pone en riesgo su vida: Nabucodonosor II sueña. Y no solo exige a sus sabios que interpreten el sueño, sino también que lo adivinen. Cuando eso no funciona, el rey amenaza a sus asesores con la muerte.
Daniel se entera de que la sentencia de muerte también lo afecta y negocia con el rey por un aplazamiento, el que le es concedido. Daniel acude a sus amigos, ora a Dios en los cielos y en la noche recibe la visión que salva sus vidas, incluyendo el sueño y la interpretación del mismo. En lugar de demostrar su superioridad y hacer ver sus propias habilidades, Daniel explica humildemente a la mañana siguiente que la tarea solo puede ser resuelta por Dios en los cielos (Daniel 2:27 ss.).
Las malas noticias impresionan
Y entonces Daniel informa sobre la estatua de oro, plata, bronce y una mezcla de hierro y barro cocido con la que el rey había soñado y que la imagen fue destrozada por una piedra de una montaña. Por indicación de Dios, Daniel interpreta que esa estatua eran cuatro reinos sucesivos. La piedra era Jesucristo, que destruiría todos los reinos humanos. Nabucodonosor está impresionado, alaba al Dios de Daniel y engrandece y da honores a Daniel y sus amigos.
Lo que hizo Daniel también nos hace reflexionar 2.600 años más adelante:
- Una vida con Dios: Daniel y sus amigos se encontraban en un entorno pagano. Integrarse hubiera significado más de una ventaja, incluso prosperidad. Y para adaptarse hubiesen tenido suficientes excusas y explicaciones. En cambio, vivieron de modo consciente y coherente conforme a las leyes divinas.
- Confianza en el obrar de Dios: Incluso en una situación de aparente desesperación, Daniel se mantuvo tranquilo, valiente, devoto y con la cabeza despejada. Fue con sus amigos y oró junto con ellos a Dios. Así era su concepto de vida.
- Dar la gloria a Dios: Daniel no se preció de sus habilidades. No se elogió a sí mismo, no se jactó de lo que era. Dejó claro ante el rey inequívocamente que: No él, sino Dios era el Omnipotente. Y entonces también hubiese … no, no lo hizo.
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