¿Sacramento sin «signum» ni «res»? ¡No puede ser! Al menos eso es lo que dice el Catecismo nuevoapostólico. ¿Suena raro? Tal vez, pero tiene buenas razones. Un viaje al siglo V.
Sí, claro, el Bautismo y la Santa Cena están bien establecidos en la Biblia. Pero el término «Sacramento» en sí mismo no aparece en ella. Esta palabra recién se utilizó entre los cristianos cuando el «sacramentum» jurídico y el «mysterion» bíblico se fusionaron.
Tertuliano, el primer escritor latino de la Iglesia, se ocupó de ello a principios del siglo III. No escribió una doctrina bien elaborada sobre el Sacramento. Casi 200 años después se hizo cargo de esta tarea Agustín, considerado el más influyente de los Padres latinos de la Iglesia.
A sí mismo o a otro
El fundamento de su doctrina sobre los Sacramentos es una doctrina general de los signos. Distingue básicamente entre cosa («res») y signo («signum»). Una cosa se representa solo a sí misma: un pedazo de madera es un pedazo de madera, un animal es un animal y una piedra es una piedra.
El signo, en cambio, hace referencia a algo diferente que a sí mismo. Esta cualidad hace que también las cosas sean signos. Como ejemplos, Agustín menciona la madera que Moisés arrojó al agua amarga, el animal que Abraham sacrificó en lugar de Isaac o la piedra sobre la que Jacob colocó su cabeza.
Una cuestión de intención
Los signos los divide, a su vez, en «naturales» y «dados». Los signos naturales remiten, sin una intención consciente, a una cosa, algo así como el humo representa naturalmente al fuego. Los signos dados, en cambio, persiguen una intención de dar a conocer algo.
La forma más pura de signo es para el Doctor de la Iglesia la «palabra», pues la única finalidad de la palabra es nombrar algo más que a sí misma.
La palabra lo hace
Y así también entiende Agustín los Sacramentos: como signos dados conscientemente, que hacen visible una realidad divina («res divinae») invisible. Son para él más que un símbolo, pues producen exactamente lo que indican. Así, el Bautismo no solo representa el nuevo pacto con Dios, sino que también lo fundamenta.
Un Sacramento no funciona simplemente de esta manera: Un acto con el elemento «agua» no constituye aún un Bautismo. Para que esto suceda, se necesita durante el acto la palabra basada en la fe explicando la importancia del acontecimiento.
La Biblia como prueba
Cosa natural más acto concreto es igual a fuerza espiritual. Esta es la fórmula de Agustín para el Sacramento. Y es precisamente este concepto el que se encuentra en el Nuevo Testamento, por ejemplo cuando el Apóstol Pablo pregunta: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?» (1 Corintios 10:16).
Y la eficacia de la palabra la encuentra el Doctor de la Iglesia en Cristo mismo, por ejemplo, cuando Jesús dice a sus discípulos en los discursos de despedida: «Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado» (Juan 15:3).
La doctrina sobre los Sacramentos de Agustín es tan fundamental que recién después de siglos alguien se atreve a volver sobre el tema. Pero en algún momento surge una disputa: Se trata de la cuestión de qué hace que un Sacramento sea válido y cuántos de ellos hay. De esto se tratarán los dos siguientes artículos de esta serie.
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