Pasión significa sufrir, soportar un sufrimiento. Hoy en día parece que las personas saben más que nunca lo que significa sufrir. Hay dolor, necesidades, anhelo de tiempos mejores. Una mirada hacia adelante.
Los cristianos creen en Cristo. Por eso se llaman así. Creen en aquel que nació, sufrió, fue crucificado y resucitó. Y es por eso que los cristianos de todo el mundo, a pesar del coronavirus, se preparan para la fiesta más importante del calendario eclesiástico, la Pascua. No falta mucho para eso. Pero todavía no hay ningún signo de alegría. Porque antes de las celebraciones de la Pascua está la pasión de Cristo. Y en este momento está palpablemente cerca.
El sufrimiento no es el fin del mundo
La crisis del coronavirus hace increíblemente difícil dirigir nuestros pensamientos al curso del calendario eclesiástico. Aunque algunos predicadores de la fatalidad siguen tratando de interpretar la pandemia como un castigo divino y estamos muy lejos de una vida cotidiana normal, ¡la Pascua no se cancela! La fe cristiana de que Jesucristo murió y resucitó para la humanidad permanece intacta por el virus. La pasión, el tiempo de sufrimiento, resistir ante lo inevitable, todo esto en este momento lo tenemos más cerca que nunca. Y, sin embargo, la fe cristiana no termina en la cruz, sino en el cielo.
Contra toda razón
Creemos “en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios unigénito y nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, quien por nosotros los hombres y la salvación nuestra, descendió de los cielos. Y se encarnó de María Virgen por obra del Espíritu Santo y se hizo hombre, y fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato, padeció y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Y subió al cielo”, dice la Confesión de fe de Nicea-Constantinopla. Y esta fe no debe disminuir o incluso desvanecerse solo porque la razón quiera prohibirla a los hombres. La fe es más que el conocimiento. No hay ningún motivo razonable para creer que la fe en la resurrección es injustificada.
Pasión, toda una vida
Fueron tiempos especiales para Jesús, tan cercanos a cuando fue apresado, tiempos duros, tiempos solitarios, días de abandono y desesperación. El hombre Jesús de Nazaret tuvo que sufrir dolor, sentir miedo, luchar contra pensamientos oscuros. Lloró, sufrió, sintió el frío de la soledad. La profunda angustia se convirtió en su pan de cada día. Y, sin embargo, miró hacia adelante: “Ya os lo he dicho antes”. Esto no figura solo una vez en las Escrituras. Jesucristo veía el cielo delante de Él y hablaba de eso, aunque sus oyentes inmediatos no lo entendieron. No entendieron ni el Viernes Santo ni la Pascua. ¿Cómo podrían entenderlo?
Su tiempo de sufrimiento ya comienza con su nacimiento: desde el principio hay quienes lo rechazan, se burlan de Él, dudan. Algunos quieren aferrarse a los valores previos de su fe, otros por fin quieren liberarse de sus grilletes políticos. En el medio, la fe en Jesús queda casi molida.
Y luego la experiencia de la tentación en el desierto: El mal trae sus armas a la carga. Riqueza, comida, poder… ¡nadie podría desear más! Pero Jesús sigue sufriendo hambre, resistiendo a las promesas irreales. Soporta todas las burlas y dice que no tres veces.
Gólgota no es el final
Continúa predicando el alegre mensaje, cura, se dirige a los pobres, abandonados, discapacitados, establece nuevas normas en el amor al prójimo y la alabanza a Dios, recorre su peregrinación y visita a los necesitados. Y de esta manera se dirige hacia el final inevitable: “¡Fuera, fuera, crucifícale!”, son los gritos frente al puesto de mando de Pilato. Allí se lo juzga, rápidamente, sin piedad, en voz alta. Pero quien más grita no siempre tiene razón. Jesús soporta este sufrimiento porque sabe adónde conduce su camino. No a Gólgota, que es solo una parada, sino al cielo, a la resurrección. Primero el sufrimiento, luego la cruz, finalmente el cielo.
Los golpes de los soldados lo lastiman, pero la negación de su discípulo Pedro aún más. “Y poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro: Verdaderamente tú eres de ellos; porque eres galileo, y tu manera de hablar es semejante a la de ellos. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis. Y el gallo cantó la segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto, lloraba” (Marcos 14:70b-72).
“Entonces los soldados le llevaron dentro del atrio, esto es, al pretorio, y convocaron a toda la compañía. Y le vistieron de púrpura, y poniéndole una corona tejida de espinas, comenzaron luego a saludarle: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le golpeaban en la cabeza con una caña, y le escupían, y puestos de rodillas le hacían reverencias. Después de haberle escarnecido, le desnudaron la púrpura, y le pusieron sus propios vestidos, y le sacaron para crucificarle” (Marcos 15:16-20).
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