La meta sigue siendo el retorno de Cristo, pero la Iglesia evoluciona. El Apóstol Mayor lo aclara en una carta de enseñanza recientemente publicada. Echa un vistazo al camino que se ha recorrido y mira hacia adelante a los pasos que aún hay que dar.
Guiados por el Espíritu, en el pasado los Apóstoles Mayores han hecho posible que la Iglesia pudiese cumplir su encargo de manera cada vez más eficaz, dice el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider, honrando a sus predecesores. Esto se describe en un artículo que apareció originalmente en la edición especial de “Pensamientos Guías 3/2017” y que ahora se publica en las revistas “community” y “Unsere Familie”.
La misión, entonces y ahora
Estar preparados para el retorno de Cristo significaba en tiempos pasados: estar sellados, quedar fieles y vencer al mundo. La fidelidad consistía en asistir a todos los Servicios Divinos y traer la ofrenda. Vencer al mundo significaba apartarse de todo lo que acontecía fuera de la Iglesia. La finalidad del Servicio Divino era la enseñanza. “Con este telón de fondo, la Santa Cena fue relegada a un segundo plano…”.
“Hoy tenemos una visión diferente” en cuanto a la preparación para el retorno, enfatiza el Apóstol Mayor Schneider: luchar contra el propio pecado, orientarse en el Evangelio y ser cada vez más semejantes a Jesús. No el apartarse del mundo, sino que “el amor de Cristo se convierte en la medida de la perfección”. Así es como el Catecismo define en su preámbulo la misión de la Iglesia: ir hacia las personas para enseñar el Evangelio y dispensar los Sacramentos, y hacer experimentar el amor de Dios en la asistencia espiritual y la comunión.
Cambios, hoy y mañana
La reforma de la liturgia de 2010 ya tomó este camino. “Destacando el festejo de la Santa Cena procuramos posibilitar a los creyentes vivir aún más estrechamente la comunión con Cristo y entre ellos mismos”, acentúa el Director de la Iglesia. Pero, “con esto aún no hemos llegado al final de nuestros esfuerzos”.
Porque la Iglesia no es solo una “instancia” divina que debe hacer accesible la salvación a los seres humanos, sino también la comunidad que adora y alaba a Dios. “Debido a nuestra tradición, hemos puesto el peso ante todo en el primer punto”, señala el Apóstol Mayor, destacando la importancia del ministerio y el apostolado. “En lo que respecta al segundo punto, aún podemos y debemos hacer progresos”.
La comunidad que sirve
“Para adorar a Dios o dar testimonio viviente del Evangelio, no se necesita un ministerio que haya sido ordenado”, porque: “el amor al prójimo es un servicio que le incumbe a la Iglesia de Cristo como comunión de los creyentes”. Así, “para permitir a sus creyentes prepararse para el retorno del Señor, la Iglesia les debe brindar la oportunidad de hacer obras de amor”.
“Servir a Dios y al prójimo significa, primeramente, comprometerse en la Iglesia”, aclara el Apóstol Mayor y se pregunta: “¿Hay que esperar realmente que nuestros hermanos que han sido ordenados se ocupen de todo? Muchas cosas se podrían emprender sin involucrar en ellas a la jerarquía ministerial”.
Servicio a la comunidad
“El amor al prójimo no termina en la puerta de nuestras iglesias”, enfatiza. Practicar el Evangelio también significa brindar ayuda a los pobres y a los que sufren. “Financiar acciones humanitarias es bueno y correcto, pero seguro que no es suficiente”.
El Apóstol Mayor Schneider ve aquí una posibilidad de acercamiento a los demás cristianos: “Por cierto, no deja de ser útil discutir con otras Iglesias sobre temas teológicos, pero más importante me parece que los cristianos unan sus fuerzas para hacer el bien…”.
Foto: Oliver Rütten