Participar edificando el templo de Dios: esto no significa sólo colaborar en la Iglesia de Cristo, sino que ante todo el trabajo en la salvación de nuestra propia alma. ¿Y cómo ocurre esto? Ladrillos de un Servicio Divino del Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider.
Unos 440 miembros son contados en la Iglesia Nueva Apostólica de Dinamarca. Y unos 210 participantes pudieron ser contados en el Servicio Divino del 26 de abril de 2015 en Tønder, una pequeña ciudad en el sur del país, cerca de la frontera con Alemania. La prédica se basó en el texto bíblico de 1 Crónicas 29:8-10: «Y todo el que tenía piedras preciosas las dio para el tesoro de la casa de Jehová, en mano de Jehiel gersonita. Y se alegró el pueblo por haber contribuido voluntariamente; porque de todo corazón ofrecieron a Jehová
voluntariamente. Asimismo se alegró mucho el rey David».
La edificación del templo como símbolo
El texto bíblico informa sobre el rey David y sus preparativos para la edificación del templo, explicó el Apóstol Mayor: Dios había dado el plano de la edificación y había pautado con David con toda precisión lo que debía hacer y cómo debía hacerlo. El rey no sólo se ocupó de los preparativos necesarios, sino que también exhortó al pueblo a que participase del proyecto. «Y los príncipes y los dignatarios estuvieron dispuestos a traer sus ofrendas, a entregar algo de su riqueza para la edificación del templo».
«El templo es el símbolo de la Iglesia de Cristo». También aquí Dios dio su plan de redención. «El Señor Jesús, el Rey ofreció su sacrificio. Trajo la riqueza de su Evangelio. Y así pudo surgir la Iglesia de Cristo. Pero entonces se nos exhorta: Si quieres puedes contribuir también tú en algo».
El renunciamiento como ladrillo
«Por otro lado, el templo es un símbolo de nuestra alma. Nosotros debemos ser el templo de Dios», expresó el Apóstol Mayor Schneider. «El plano viene del amado Dios. -También nuestra propia salvación se basa en el sacrificio de Jesucristo.- Ahora se trata de que hemos sido exhortados a contribuir en algo en la edificación de la Iglesia de Cristo, en nuestra propia salvación y debemos traer una ofrenda, voluntaria y con alegría».
¿Qué debemos ofrendar? Al respecto el Apóstol Mayor mencionó esencialmente tres puntos:
- «Debemos despojarnos de las cualidades que no le agradan a Dios».
- «Luego debemos renunciar alguna vez a nuestras ideas, conceptos y deseos».
- «Debemos renunciar a aquello que daña a nuestro prójimo».
Despojarnos de las cualidades que no le agradan a Dios
«¿Cuál es nuestra riqueza que debemos entregar?», preguntó el Apóstol Mayor: «Cada uno de nosotros es un pequeño príncipe. Puede decidir lo que quiere. Cada persona puede decidir lo que considera bueno y lo que estima malo. Esta es nuestra mayor riqueza, nuestra mayor libertad».
«El que quiere la salvación en Cristo, debe despojarse de esto», dejó en claro. «Debe entregarse a Dios y decir: Cristo es mi referente. Él me dice ahora qué es bueno y qué no es bueno». Este no es motivo para sentirse privado de libertad ni frustrado. Pues: «Renunciamos voluntariamente y con alegría, porque hemos descubierto algo mucho más importante: la paz en Dios, en Jesucristo».
Renunciar a nuestros conceptos
Cada uno tiene sus conceptos, dónde y cuando debería hacerse la edificación del templo, la consumación de la Obra de Dios, determinó el Apóstol Mayor Schneider: «Es absolutamente legítimo que deseemos que las personas de nuestro país, de nuestro pueblo, de nuestro círculo cultural alcancen la salvación». Pero: «Pablo dice que en Cristo no hay griegos ni judíos, ni mujeres ni varones, ni esclavos ni libres». Tales límites son inventados por el hombre. «Todos nosotros pertenecemos a un pueblo».
«Nos esforzamos en dar testimonio y atraer a más almas. Y para eso necesitamos todos los razonamientos posibles de cuál sería la mejor forma de hacerlo». Pero la mejor forma es el método del Evangelio: «Orienta tu vida en el Evangelio, ama a tu prójimo y atrae a las personas por tu propia irradiación personal como cristiano nuevoapostólico».
Renunciar a aquello que daña al prójimo
El templo debe ser sólido, es decir que la Iglesia debe ser una, completó el Apóstol Mayor. «Y para esta unidad también debemos ofrendar algunas cosas. Pablo dice que debemos renunciar a aquello que daña a nuestro prójimo. Todos nosotros seguramente tenemos algo para decir. Todos nosotros tenemos nuestras costumbres, nuestras tradiciones. Pero cuando notamos que eso podría dañar a nuestro prójimo, si ahora digo esto, si hago aquello, entonces renunciamos a ello».
«Estas son algunas ofrendas que podemos ofrecer», dijo al final: «Y si lo hacemos voluntariamente y de todo corazón, nuestro Señor, el Rey Jesús, se alegrará. Y esa alegría se convertirá en bendición para nosotros».