Los Sacramentos (25): Estar y estar presente
Pan y vino: “Este es mi” cuerpo y mi sangre. Durante 2000 años los cristianos se han devanado los sesos por las palabras que Jesús dijo en la última cena. ¿Qué significa este “es”? Las respuestas están moldeadas por la mentalidad de la época.
¿Por qué es tan importante? Se trata de la presencia de Jesucristo en la Santa Cena. ¿Pero no dijo que Él está donde dos o tres están congregados en su nombre? Claro, sin embargo, también dijo qué comer y beber para recibir la vida eterna. Se trata de la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la Santa Cena, lo que se conoce como “presencia real”.
Una pregunta, varias respuestas
Los cristianos de los primeros siglos no pensaron mucho en estas cuestiones, ellos simplemente celebraban la Cena del Señor. El punto de inflexión fue una vez más el giro constantiniano en el siglo IV. Allí el cristianismo se convirtió en religión estatal y tuvo una afluencia en masa. Los numerosos candidatos al Bautismo recibían instrucción (catequesis), y esto requería material didáctico.
Los Padres griegos de la Iglesia encontraron su explicación en las ideas de los filósofos griegos sobre el esquema arquetipo-copia, según el cual las cosas del mundo visible y material eran copias de la misma esencia de arquetipos del mundo invisible y verdadero de lo bello y lo bueno. Y así, en las “copias” del pan y el vino podrían simplemente estar presentes los “arquetipos” del cuerpo y la sangre de Cristo.
Los Padres latinos de la Iglesia tenían sus propias ideas. Los más influyentes vieron el pan y el vino como signos (signum) del cuerpo y la sangre, la verdadera cosa (res). Pero esto significaba más que un mero simbolismo, pues donde no hay humo, tampoco hay fuego. El signo está esencialmente conectado con la cosa.
Disputa sobre uno u otro
Durante unos 400 años la cuestión permaneció fundamentalmente sin resolverse. Y la Iglesia soportó diferentes respuestas. Esto cambió en el siglo VIII cuando el cristianismo se extendió entre los germanos y los francos. No sabían qué hacer con la comprensión de la realidad tan heterogénea de los antiguos griegos.
En la nueva forma de pensar solo había un uno u otro, una imagen o una cosa, un símbolo o una realidad. Y esta polarización condujo a disputas. A partir de entonces, las interpretaciones oscilaron entre lo masivamente material y lo simbólicamente espiritual.
El punto culminante fueron las dos disputas por la Santa Cena: En el siglo IX, el abad de un monasterio franco y uno de sus monjes se enfrentaron públicamente. Y en el siglo XI, el director de la escuela de la catedral de Tours se peleó con varios sínodos. Al final debía jurar que los dientes de los fieles “masticaban” el cuerpo de Cristo, lo que le parecía absurdo.
De vuelta a los griegos
El fin de la disputa llegó cuando los escolásticos redescubrieron a los antiguos filósofos griegos en vísperas del Renacimiento. En ellos se encontró el patrón explicativo de la sustancia y el accidente, del contenido y la forma. Sustancia entonces no significa materia química, como solemos entender la palabra hoy en día, sino la esencia más íntima de una cosa. Y el accidente, en consecuencia, significa las propiedades materiales.
Aplicado a la presencia real, surge la siguiente ilación de pensamientos: el pan y el vino conservan su accidente, su forma exterior, sus propiedades materiales. Pero su sustancia, su contenido interior, su verdadera esencia cambia. Por lo tanto, el cuerpo y la sangre de Cristo no están presentes en la materia, sino que están realmente presentes en su esencia. “Transustanciación” llaman los teólogos a este concepto.
Durante unos 200 años este concepto se ocupó de que hubiera paz. Pero luego vino una nueva controversia con los reformadores. La siguiente entrega de esta serie informa al respecto.
Foto: Igor Mojzes