La imagen de la mujer a través de los tiempos
La mujer y el hombre, ¿con el mismo valor como imagen de Dios? A lo largo de los siglos, quién o qué es “la mujer” siempre fue definido por hombres. Recién en la Edad Moderna se llegó a estar más cerca de la idea de la creación. Extractos tomados de la historia.
Ya en el siglo III surgieron una serie de escritos en los que la mujer era vista como un ángel o un demonio. Dos mujeres bíblicas lo ejemplifican: María, como virgen, se convierte en el “refugio del pecador y la esperanza de los seres humanos”; Eva es la que seduce y la “puerta del diablo”.
La mujer como servidora
Los teólogos de la Edad Media dedujeron de la Biblia la inferioridad de la mujer. Al fin y al cabo, Eva fue creada de la costilla de Adán y no de su cabeza o su corazón. Como carecía de corazón y mente, solo una mujer podía ser seducida para probar el fruto del árbol prohibido. Al mismo tiempo, el matrimonio fue declarado Sacramento indisoluble y el culto a María como madre de Dios alcanzó proporciones inimaginables.
En la práctica, la mayoría de las mujeres estaban ocupadas contribuyendo a la supervivencia de sus familias. Esta intensa ocupación se fue restringiendo cada vez más durante los siglos XV y XVI. Además, se prohibía a las mujeres salir de casa. El marido tenía la tutela sobre la mujer y el derecho exclusivo a utilizar los bienes gananciales. Tenía derecho a castigar a sus esposas y a repudiarlas.
La mujer como enemiga
A fines del siglo XIV, muchos hombres veían a las mujeres como brujas en potencia. Se las consideraba aliadas del diablo y se las hacía responsables de cualquier desgracia. Las mujeres que se transmitían entre ellas los conocimientos de la medicina popular tradicional eran especialmente sospechosas. En consecuencia, muchas parteras y curanderas fueron acusadas de brujería.
En el siglo XVI, la caza de brujas se vio eclipsada por la incipiente Reforma. Sin embargo, el conflicto entre hombres y mujeres creció a tal punto que se habló de una guerra de géneros. En la literatura de la época, las mujeres eran retratadas como malvadas, imperfectas, desmesuradas, diabólicas y mortales.
Esto se contradecía con la realidad de la vida de la mayoría de las personas. Su pobreza exigía que las mujeres contribuyeran a los ingresos familiares. Las mujeres trabajaban como criadas en la agricultura, como sirvientas o trabajadoras textiles en las ciudades.
La mujer como ciudadana
En el siglo XVIII, a raíz de la Ilustración, la educación ocupó el lugar de la devoción. Se comenzó a enseñar a las niñas, aunque con menos intensidad que a los varones. Sin embargo, para muchos filósofos y científicos ilustrados era evidente que las mujeres solo tenían un intelecto inferior o no lo tenían. Las mujeres seguían sin derechos.
Con la industrialización, surgió la nueva clase media burguesa, en la que solo los hombres mantenían a las familias. La mujer trabajaba en el hogar, el hombre fuera de él. Se declaró que el matrimonio y la crianza de los hijos eran el único objetivo de la vida de las mujeres. Esto las hacía completamente dependientes económicamente de sus maridos. En las clases bajas, en cambio, la industrialización suavizó las estructuras familiares tradicionales, y los niños y las mujeres se convirtieron en trabajadores baratos de las fábricas.
La mujer como símbolo fuerte
La Revolución Francesa fue un punto de inflexión en la historia de la mujer. La Declaración de 1789 concedió a todo individuo el derecho inviolable a “la libertad, la propiedad y la resistencia a la opresión”. Las leyes de 1792 sobre el estado civil y el divorcio introdujeron la igualdad ante la ley para ambos cónyuges.
Pero incluso allí había un gran pero. El escritor Honoré de Balzac lo dijo sin rodeos: “Una mujer fuerte solo debe existir como símbolo; en la realidad, da miedo”.
La mujer como socia igualitaria
El segundo punto de inflexión importante fue la Primera Guerra Mundial. En las fábricas, las mujeres tuvieron que asumir el trabajo calificado de los hombres que luchaban en el frente. Aprendieron a vivir solas y a asumir solas las responsabilidades familiares.
Mientras tanto, la literatura de autores masculinos que apareció después de la guerra formuló la búsqueda desesperada de una nueva masculinidad: las mujeres debían volver a su papel tradicional en el hogar y con los niños.
Sin embargo, la evolución hacia la igualdad de derechos para las mujeres ya no podía ser revertida: en 1918 Inglaterra introdujo el sufragio femenino. Tras la Segunda Guerra Mundial, las mujeres de toda Europa lucharon cada vez más por participar en la vida cultural y política. En 1945, la Carta de la ONU postuló por primera vez a nivel internacional la prohibición de la discriminación por razón de sexo y en 1993, la Conferencia de Derechos Humanos de Viena (Austria) reconoció los derechos de la mujer como derechos humanos.
Este artículo apareció originalmente en una versión mucho más larga en la revista nuevoapostólica spirit, edición 02/2018 .
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