“Yo creo en la Iglesia, que es una, santa, universal y apostólica” […]. Así es como la Iglesia Nueva Apostólica entiende la Iglesia. Pero, ¿qué significa exactamente? Las prédicas del mes de junio lo explicarán.
Junio tiene cuatro domingos, una buena ocasión para predicar sobre las “notae ecclesiae”, los rasgos característicos de la Iglesia. No se refiere a una sola organización, sino a la Iglesia de Cristo, formada por la gran cantidad de cristianos bautizados que creen en Jesús. Su lado visible está representado por las distintas Iglesias, compuestas por personas que hacen lo mejor que pueden, aunque siguen siendo imperfectas. Su lado invisible, en cambio, es perfecto, pues aquí Jesucristo es su cabeza.
La Confesión de Nicea-Constantinopla, probablemente la Confesión de fe cristiana más importante, habla de los cuatro elementos esenciales de la Iglesia de Cristo, es decir, de la fe en la “sola santa Iglesia universal [católica] y apostólica”.
La Iglesia apostólica
El primer domingo de junio, el objeto de la prédica es la apostolicidad de la Iglesia. Según la interpretación nuevoapostólica, la apostolicidad significa la doctrina de los Apóstoles y el ministerio de Apóstol al mismo tiempo. En el Nuevo Testamento se desarrolla el contenido esencial de la doctrina de los Apóstoles: el significado de la muerte, la resurrección y el retorno del Señor Jesucristo para la salvación.
Apostolicidad significa que también hoy los Apóstoles obran en la Iglesia de Cristo con las mismas pretensiones. Enseñan que Jesucristo entregó su vida como sacrificio por la humanidad. En la muerte de Jesús se estableció la condición para la vida eterna. Es en su resurrección donde ha sido lograda la victoria sobre la muerte. La doctrina de los Apóstoles incluye también la promesa del retorno de Cristo. Allí donde ya no sea mencionado su retorno, o incluso se niegue esta promesa, le estará faltando a la fe cristiana un aspecto esencial.
La Iglesia Nueva Apostólica enseña que Dios también elige Apóstoles en la actualidad. Son necesarios para que el Evangelio sea predicado de la manera correcta y para que esté disponible la plenitud de los Sacramentos. Donde obra el ministerio de Apóstol con su autoridad, se reúne y se prepara la comunidad nupcial para el retorno de Cristo, también en el mundo del más allá.
La Iglesia santa
La prédica del segundo domingo está dedicada a la santidad de la Iglesia. A pesar de todas las imperfecciones de la actividad humana, es Dios quien obra en su Iglesia. La santidad de la Iglesia puede ser percibida, por ejemplo, en la palabra y los Sacramentos en el Servicio Divino. Es a través de su servicio que la Iglesia responde a la santificación que Dios le confirió.
La Iglesia una
La prédica del tercer domingo pretende dejar claro que, a pesar de las divisiones en el seno de la cristiandad y del vasto número de Iglesias cristianas existe solo una Iglesia de Cristo. Todos los cristianos han sido llamados a buscar la unidad visible de su Iglesia. Por ello, Jesucristo oró: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21). Ya hoy podemos experimentar la unidad con Dios y de unos con otros, y cuando Jesús venga nuevamente, esta experiencia llegará a su perfecto cumplimiento. La unidad también se muestra, por ejemplo, cuando damos testimonio del Evangelio hacia afuera.
La Iglesia universal
El cuarto domingo de junio, la prédica servirá principalmente de preparación para el Servicio Divino en ayuda para los difuntos, que tiene lugar a principios de julio. El amor y la voluntad salvífica de Dios se dirigen por igual, tanto a los vivos como a los muertos. Así, otra de las características de la Iglesia, su universalidad, también puede ser abordada en este Servicio Divino, pues “Dios ama a toda la humanidad y quiere que todos los hombres sean salvos”.
Las notae ecclesiae se describen detalladamente en el Catecismo de la Iglesia Nueva Apostólica, capítulo 6.4.
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