Alrededor de 100 hermanos y hermanas esperan el 17 de octubre en París (Francia) la visita del Apóstol Mayor. Lo especial es que proceden de muchos países diferentes y, sin embargo, están unidos por una misma fe.
Los inicios de la comunidad de París se remontan a principios de los años treinta. Desde 1966, los Servicios Divinos se celebran en la misma dirección: 70, Rue de Charonne o bien 60, Rue Trousseau. La entrada está exactamente en la intersección de ambas calles. Al principio, el edificio era un cine, que primero fue reconstruido y finalmente demolido. En el mismo lugar se construyó un edificio residencial, cuya planta baja alberga la iglesia con su moderno y acogedor salón ovalado.
Una comunidad internacional
Muchos de los hermanos y hermanas de la comunidad son, a primera vista, cualquier cosa menos típicamente franceses, pues proceden de Angola, la República Democrática del Congo, Alemania, Ecuador, Costa de Marfil, Haití, Camerún, la República del Congo, Rusia, Turquía… Y, por supuesto, también hay hermanos y hermanas de Francia.
El dirigente de la comunidad es Viannney Fullhardt, un auténtico francés, que aprecia mucho esta internacionalidad. Promueve la tolerancia y la comprensión, enriqueciendo enormemente a la comunidad. Muchos hermanos y hermanas encuentran que enriquece la fe y la vida colectiva el hecho de que en una comunidad haya tantas opiniones y formas de vivir y expresar la fe. “En todo trabajo que hay que hacer en la comunidad, ya sea limpiar la iglesia, decorar con flores, cantar en el coro o dirigir, enseñar a los jóvenes, participan todos. El color de su piel no importa”, dice Sonia. La propia hermana de la fe tiene dos nacionalidades: su padre es francés y su madre alemana.
Una comunidad musical
Antes del coronavirus, era habitual cantar juntos espontáneamente después del Servicio Divino. Los hermanos parisinos han adoptado esta tradición de sus hermanos congoleños. “Es nuestra forma de despedirnos después del Servicio Divino”, explica Pastor y dirigente de la comunidad anterior Jeef Emanonge, que viene de Kinshasha (República Democrática del Congo).
El coronavirus también obligó a los parisinos a ser creativos. Se formaron pequeños ensambles compuestos por órgano, piano y violines. Gracias a la flexibilización, ahora también pueden cantar pequeños coros y algunas flautas vuelven a poner el marco musical a los Servicios Divinos.
Una comunidad viva
París es una comunidad joven y viva. Cada año, la juventud se enriquece con jóvenes hermanos y hermanas de muchos países que vienen aquí para realizar estudios o prácticas más o menos largas y se unen durante ese tiempo al grupo de jóvenes de París o incluso siguen conectados con ellos (para eso están las redes sociales).
La comunidad esperaba desde hace tiempo la visita del Apóstol Mayor a París, que quería venir el 4 de octubre de 2020. Qué grande fue la decepción cuando esto no fue posible a causa de la pandemia. “Todavía no sé cómo será posible, pero les prometo que vendré a París en 2021”, dijo el director de la Iglesia en el altar de Estrasburgo, donde celebró el Servicio Divino en su lugar. Esta promesa la puede hacer realidad el 17 de octubre. La comunidad lleva meses preparando musicalmente el Servicio Divino. “Lamentablemente, en el salón alquilado no se nos permite tocar, pero habrá músicos tocando y los niños cantarán un canto a la llegada de los Apóstoles”, informa Sonia. “Hemos ensayado mucho, en casa y en la iglesia”.
Una comunidad unida
Todos, independientemente de la nacionalidad y el color de la piel, están sentados en el Servicio Divino los domingos en París –o durante la pandemia conectados a la iglesia en línea sentados frente al televisor o la computadora portátil– escuchando juntos la misma palabra de Dios que sale del altar y que los une a todos. “Me siento muy cómodo en la iglesia de París porque la comunidad ha hecho de sus diferencias una fortaleza”, informa Viannney Fullhardt, dirigente de la comunidad internacional. “Los miembros proceden de diferentes culturas, que ponen al servicio de la comunidad. Nuestra comunidad se cita a menudo como un ejemplo de integración exitosa dentro de la comunidad cristiana porque todos miran en la misma dirección: el retorno de Cristo, con una solidaridad muy fuerte entre los miembros”.