Por supuesto, el ministerio necesita a un portador. De lo contrario, permanece invisible y no puede tener efecto alguno. Pero, ¿qué exigencias impone esto a una persona? ¿Y cómo se relacionan el ministerio y la persona?
El enfoque bíblico de las respuestas pasa por la autocomprensión del Apóstol Pablo. Así describe el número especial recién salido de la imprenta de los Pensamientos Guías 2/2022, titulado “La interpretación nuevoapostólica del ministerio espiritual”.
Las epístolas a los Gálatas, a los Corintios y a los Romanos dejan claros tres puntos clave: Pablo entiende su llamamiento como una gracia de Dios. Anuncia el Evangelio no solo con su palabra, sino con todo su ser. Y el servicio “entre los gentiles”, por ejemplo como “colaboradores para vuestro gozo”, se refiere siempre a una comunidad concreta.
Respuesta a la elección
De ello se desprende para la interpretación nuevoapostólica: “Dios es aquel que escoge a alguien para un ministerio”, formula el Catecismo (Catecismo INA 2.4.5). “Es ministerio no es, por lo tanto, obra humana ni tampoco de la comunidad, sino una dádiva de Dios a su Iglesia”.
“La elección de Dios requiere una respuesta por parte de los elegidos”, siguen diciendo los Pensamientos Guías. Pero esto va mucho más allá del “sí” que se pronuncia en la ordenación. El consentimiento se produce cuando el elegido “intenta estar a la altura de la elección con toda su persona”.
Dones y tareas
De este modo, el ministerio y la persona se entrelazan entre sí. Esto se refiere, por un lado, a los talentos personales y, por el otro, a la conducta personal en la vida.
«A través de la ordenación, el portador de ministerio es bendecido y santificado para servir. Los dones existentes en él son despertados y consagrados para el ejercicio de su ministerio”, dice el Catecismo INA 7.7. “Las buenas capacidades y cualidades que tiene esa persona se ponen al servicio del ministerio en el acto de la ordenación”, añaden los Pensamientos Guías, dejando claro que “la ordenación no implica la transmisión de nuevos dones”.
El número especial subraya que “la dedicación a la comunidad solo puede tener éxito si el ministerio y la persona, el ejercicio ministerial y la conducta en la vida están en armonía”. “Obrar como corresponde al Evangelio también es, por lo tanto, una tarea a cumplir en la vida. Así, la persona que es portadora de un ministerio puede ser un ejemplo para los demás”.
Vinculación con el ejemplo
Teológicamente, la clave para la interpretación de Iglesia y de Sacramento también encaja con la interpretación de ministerio. La base es la doctrina de las dos naturalezas de Jesucristo como verdadero hombre y verdadero Dios. “Así como hombre y Dios en Jesús, o la Iglesia visible y la invisible, o como pan y vino con cuerpo y sangre de Cristo”, así también el ministerio y la persona forman una unidad.
“En la ordenación, el ministerio, que es sagrado y se transmite por el poder del Espíritu Santo, entra en vinculación con una persona pecadora», dice la carta doctrinaria. “Sin embargo, esta unión no es perfecta, sino que está en peligro y es frágil por la pecaminosidad de la persona”.
Bendición en lugar de Sacramento
Mientras que la naturaleza divina y humana están unidas en Jesucristo por toda la eternidad, la unión del ministerio y la persona puede volver a disolverse. El ministerio no es posesión de la persona, ni es una huella indeleble en la persona, como el Santo Bautismo con Agua o el Santo Sellamiento. Esto se debe a que la ordenación en la Iglesia Nueva Apostólica no es un Sacramento, sino un acto de bendición.
Sin embargo, la vinculación con una persona bien concreta es indeleble: el ministerio y el Sacramento son representaciones del Cristo celestial. Como Jesucristo mismo estará presente en persona después de su retorno, ya no habrá necesidad de portadores de ministerio ordenados.
Foto: Costin Constantinescu