806 kilómetros en 25 días ¡a pie! El Pastor Marc Sieger (51), de Aidlingen (Alemania), se aventuró a recorrer el famoso Camino de Santiago. Habla de las experiencias que vivió en la peregrinación.
En noviembre de 2018, usted emprendió un largo viaje: cruzó el norte de España de este a oeste, recorriendo más de 800 kilómetros a pie. ¿Fue algo más que una aventura para usted?
Este tiempo de estar de viaje atravesando paisajes increíblemente hermosos, junto con encuentros conmovedores con distintas personas y mucho tiempo para mis propios pensamientos, tuvo un profundo impacto en mí y dejó impresiones duraderas. A menudo sentía el camino como la vida misma. Los cálidos rayos de sol y las maravillosas vistas se alternaron con el frío, la lluvia torrencial y las empinadas subidas. La euforia y la felicidad desbordante solían estar cerca del abatimiento, la tristeza y los pensamientos de abandonar.
La ruta que usted emprendió es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1993 y tiene un significado especial para los creyentes de la Iglesia Católica. ¿Cómo se le ocurrió recorrer el Camino de Santiago?
Ansiaba un tiempo para mí, conmigo mismo y con Dios. Había participado en nuestra Iglesia de la música y de la asistencia espiritual durante muchos años con gran alegría. Por supuesto, también quería estar a disposición de mi familia. Además, la profesión me exigía energía y tiempo. En el equilibrio de poder cumplir con todo, yo mismo a veces me quedé corto con mis deseos y necesidades. En el transcurso de 2018 sentí cada vez más que necesitaba desesperadamente este tiempo de descanso.
No era un sueño de larga data recorrer ese camino. Más bien fue un pensamiento espontáneo que me surgió a principios de 2018 tras un concierto del coro de juventud que organicé, el de ponerme rumbo a Santiago de Compostela para dejar que los acontecimientos del año se asentaran y sentirme tranquilo conmigo mismo.
¿Cómo uno tiene que imaginarse una peregrinación así?
Uno lleva todo lo que necesita en su mochila. Reduce sus posesiones al mínimo. Me sorprendió lo bien que funciona. Uno se pone en marcha, sigue las marcas de la vieira amarilla, da rienda suelta a sus pensamientos y observa el entorno con los sentidos alertas. Yo mismo me detenía a menudo en las iglesias y capillas del camino y aprovechaba el silencio y la quietud para orar. La peregrinación es mucho más que caminar. Es una forma espiritual y conmovedora de ponerse en marcha y estar dispuesto a atreverse con algo nuevo dejando atrás lo viejo. Y hay una meta que une a todos los peregrinos del Camino de Santiago de una manera especial: llegar a Santiago de Compostela.
¿Qué personas conoció en el camino?
Hubo encuentros con peregrinos de muchos países. Estuvo Diego, por ejemplo, un joven español. Fue mi ángel del primer día. Me lo encontré, completamente agotado, en la empinada subida de los Pirineos de camino a Roncesvalles. Adam, de Manchester, un experto corredor de maratón, que me hizo innumerables preguntas sobre el cristianismo, Dios y la Biblia, o Vincent, de Venezuela, abogado y músico, que me habló de las terribles condiciones de su país. A menudo, solo fueron breves momentos durante un descanso o una cena común en un alojamiento. Hubo conversaciones interesantes y muchos impulsos especiales. Pero también tuve la suerte de conocer a dos compañeros con los que pasé juntos algunos días de mi peregrinación por el camino. Ya en una de las primeras etapas, conocí a Aneta, una mujer polaca que vive en Irlanda. Juntos cubrimos largas etapas, a veces de más de 40 kilómetros, en un solo día. Por desgracia, tuvo que interrumpir su camino antes de tiempo por problemas en los pies. Fue un momento triste. Con Stefano, un joven italiano del Piamonte, finalmente peregrinamos juntos hasta el final de nuestro viaje, en Santiago de Compostela. Tengo una profunda amistad con Aneta y Stefano que continúa hasta hoy.
¿Cuáles fueron las experiencias que más impresiones dejaron en usted?
La experiencia más bonita e impresionante para mí fue la subida al punto más alto de mi Camino de Santiago, a 1.500 metros. En el Monte Irago tuve una vista impresionante de los picos de las montañas cubiertas de nieve de los alrededores. Aquí arriba está la Cruz de Hierro, una pequeña cruz de hierro sobre un altísimo tronco de árbol. Desde la Edad Media, los peregrinos han colocado allí las piedras que llevaban consigo, símbolos de las cargas, las preocupaciones, las cosas rotas, los errores y los pecados de su vida que dejan atrás. Aneta, mi compañera, que tuvo que terminar su peregrinación antes de tiempo, me había confiado su piedra para que se la colocara en la Cruz de Hierro. Fueron momentos muy especiales.
Una visita a un cementerio en mi sexta etapa fue formativa para mi camino. El destino de un niño que solo había vivido unos días me conmovió profundamente y nunca me abandonó. Su corta vida me mantuvo ocupado durante el resto de mi viaje. Aún hoy, pienso a menudo en él, también en mis oraciones.
¿Qué se llevó de su peregrinación?
Aparte de todas las experiencias e impresiones, me llevé la certeza de que siempre hay un camino que recorrer en la vida, por muy difícil o desesperada que parezca una situación. Hay un dicho entre los peregrinos: “El Camino te da lo que necesitas”. Sé que mi Dios me da lo que necesito.
¿Qué ha cambiado en su vida o qué hace ahora de forma diferente?
Mi confianza en la ayuda de Dios, en su cercanía como compañero de viaje en mi vida ha crecido y experimento una relación más profunda y renovada con Dios. Hoy afronto las situaciones difíciles con más calma. Pero tal vez usted debería hacer esta pregunta a mi familia, que eventualmente puede experimentarlo de manera diferente.
Una versión detallada de esta entrevista apareció en la revista “Unsere Familie”, edición 10/2022