Jesucristo y su Iglesia: ¿Cómo funciona esta relación? La palabra bíblica sobre la cabeza, el cuerpo y los pies promete arrojar luz al respecto. Y estos mismos versículos plantean inicialmente un enigma.
“Es tan típico de Pablo que uno no entienda lo que quiere decir. Hay que leerlo tres veces”. Con estas palabras introdujo el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider el pasaje bíblico leído en Núremberg (Alemania) el 13 de noviembre de 2022: “Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22-23).
“Pablo mencionó en primer lugar que Jesucristo es Dios”, explicó el Apóstol Mayor. “La plenitud de Dios habita en Jesucristo y se manifiesta en Jesucristo y por Jesucristo. Así que Jesucristo es todo Dios y todo Dios está en Jesucristo”. En segundo lugar, Jesús es “la cabeza de la Iglesia. Está presente en la Iglesia con la plenitud de Dios”. Y tercero, “los miembros de la Iglesia necesitan crecer para que lleguen a esa plenitud, para que alcancen esa plenitud”.
Jesucristo es Dios
En qué medida Jesucristo manifiesta la plenitud de Dios, el dirigente de la Iglesia lo desglosó detalladamente:
- En el Antiguo Testamento, la imagen de Dios se caracterizaba por el castigo. “Entonces vino Jesucristo y dijo: ‘No he venido a castigar a los pecadores’. La voluntad de Dios es que los pecadores se salven. Una imagen muy diferente de Dios”.
- A Jesús, Dios le dio todo el poder: “Por su mérito, por su victoria, tiene toda autoridad”.
- El objetivo de Jesús no fue aliviar el sufrimiento, sino liberar completamente a los seres humanos del mal: Jesús “puede dar salvación perfecta y definitiva”.
Jesús gobierna su Iglesia
Jesucristo es la cabeza de la Iglesia. Esto significa:
- que Él determina las reglas: “Él es la cabeza, el jefe, Él lo ha decidido así. La fe es importante, los hechos son importantes, las obras, no las palabras. Y aún más importante es la motivación”.
- que Él determina quién pertenece: Si alguien es, como dice Pablo, gentil o judío, hombre o mujer, “nada de eso importa en absoluto. Lo importante es que eres una nueva criatura en Cristo”.
- que solo lo juzga Él: “Eso es típicamente humano. El pecado del prójimo es mucho peor que el mío”. Pero no corresponde que las personas juzguen.
El hecho de que Jesús gobierne la Iglesia significa también que con su presencia se da la plenitud de la salvación. “En su Iglesia, por medio de los Apóstoles, Jesucristo ha dado todo lo que el ser humano necesita para alcanzar la salvación perfecta”. Nadie puede impedir que Jesús lleve su Obra a la consumación.
Y ahora les toca a los creyentes
Los creyentes deben crecer en Cristo para recibir toda la plenitud de Cristo. El Apóstol Mayor explica cómo debe hacerse:
- Crecer en el conocimiento del amor: “Si quieres llegar a la plenitud de Jesucristo, primero debes reconocer su amor perfecto”. El Apóstol Mayor lo explicó: “El amor de Dios no significa que Él satisfaga todos nuestros deseos”, sino que “el amor de Dios nos lleva a la comunión perfecta con Dios”.
- Crecer incluso en el amor: “Debe llegar a ser tal que Jesús sea todo en todo, que nuestra relación con Dios se convierta en lo más importante de nuestra vida”.
- Amar como Jesús ama: “¿Cómo nos ama el Señor? ¿Cómo ama Dios?”, preguntó el dirigente de la Iglesia. “Ama al ser humano incondicionalmente”. Así es exactamente cómo los creyentes deben amar a su prójimo. Y eso significa también aceptar que Dios conceda la misma salvación al prójimo.
“Pero Pablo también dice que es necesario que todo el cuerpo crezca hasta la medida plena de la plenitud de Jesucristo”. Es decir, “por medio de la Iglesia, Jesucristo debe manifestarse en este mundo”. Y “somos llamados a trabajar en nombre de Dios, a amar en nombre de Dios, a ayudar en nombre de Dios”. A través de su obrar y de sus palabras, el creyente puede manifestar la plenitud de Dios. Y esto tampoco tiene por qué ser perfecto. Porque Dios viene “con su gracia y llena lo que entonces falta, lo que no está presente en los fieles”.
“Una palabra tan complicada”, concluyó el Apóstol Mayor, “pero en realidad casi la podemos entender”.