Pascua no es sólo una fecha en el calendario. Pascua es el punto culminante y el punto final de un camino con muchas estaciones. Y su punto de partida es precisamente hoy.
Lo especial en la fiesta de Pascua no es lo externo, no es la primavera que comienza en el hemisferio norte ni el inicio del otoño en el hemisferio sur, ni el adornar con huevos y lazos de colores. Es el contenido lo que hace tan especial a la Pascua. Al menos para la cristiandad de todo el mundo. ¡Pues en Pascua los cristianos recuerdan la resurrección de su Señor Jesucristo! Es un acontecimiento totalmente único. A fin de introducir en esta conmemoración y que la misma se arraigue, existen desde siempre días de preparación, los que finalmente desembocan en el acontecimiento pascual: Domingo de Ramos, Viernes Santo, Pascua, el así llamado tiempo de pasión.
El tiempo de ayuno nos recuerda nuestra responsabilidad
Al comienzo está el ayuno y la oración. El inicio del tiempo de pasión es el Miércoles de Ceniza, al menos según el calendario litúrgico general de la Iglesia Occidental. El mismo cuenta 40 días de ayuno hasta el Domingo de Pascua: la Cuaresma, 40. En realidad son 46 días hasta el Domingo de Pascua, pero los seis domingos no se incluyen en los cálculos. 40 días de ayuno que hacen recordar a los 40 días en los que Jesús estuvo en el desierto viviendo en ascetismo. La ceniza se constituye en la señal externa de la penitencia. El cristiano mira hacia su interior, se arrepiente.
Estos tiempos de ayuno también se conocen en otras religiones mundiales. Del islamismo se conoce el Ramadán. Pero en el contexto bíblico, el ayuno no se refiere a atenerse a reglas o ejercicios estrictos, sino más bien a adoptar responsabilidades conscientemente. Los hombres son responsables de sí mismos, de su entorno, de la vida en el mundo. Son responsables de ello ante Dios, el Creador de todo. Esta visión, en realidad, es válida siempre y en todo momento, pero los días de ayuno sirven para volver a traerla a la memoria. No se trata, básicamente, de comer poco, de no comer carne o de renunciar a toda comida, sino que se trata de reflexionar sobre quiénes somos y hacia dónde vamos.
El júbilo se convierte en acusación
Las personas siempre fracasaron en ello. El domingo previo a la Pascua, el Domingo de Ramos, es un ejemplo. Con él comienza la verdadera Semana Santa, el tiempo de padecimiento del Señor. La ciudad todavía sigue tendiendo ramas de palmera en su camino al llegar a Jerusalén. Todavía siguen clamando «Hosanna», todavía están todos felices, entusiasmados, llenos de esperanza. Todos claman con júbilo al Redentor de Israel, al Libertador del yugo romano. Pero lo que ocurre es totalmente diferente a los que muestra la historia. El júbilo se convierte en acusación, el mal llama a la puerta.
El Jueves Santo es día de pago
El Jueves Santo Jesucristo festeja la cena de Pascua con los doce. Su arresto está próximo. Están por comenzar los empujones de aquí para allá, las acusaciones y los golpes, los tirones y el asesinato. Pero Jesús todavía está sentado junto a sus discípulos a la mesa, todavía les muestra de qué se trata: de respeto y deferencia. Se trata de servirse unos a otros, lavarse los pies, no de regir ni de dominar. Conforme a antiguas costumbres, el Jueves Santo se plantaba y sembraba. Y ya siempre el Jueves Santo era día de pago para intereses y deudas.
Viernes Santo es el día de silencio
Y entonces llega el día del padecimiento, el día de la muerte de Jesús. La lamentación se hace oír y desemboca en el duelo definitivo. Toda pompa se ha olvidado, lo externo ya no cumple rol alguno. Todo está en silencio y volcado hacia adentro. Todos esperan el día de la resurrección, todos esperan la Pascua.
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