No basta con una simple palabra, ni con un rápido ‘gracias’. El Apóstol de Distrito Wolfgang Nadolny (Berlín-Brandeburgo) aconseja que alabemos con conocimiento de causa. ¿Y cómo funciona esto concretamente?
«En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Lucas 10:21).
El Hijo de Dios había enviado a sus discípulos a predicar el Evangelio a los hombres. Cuando ellos regresaron llenos de euforia, el Señor quedó totalmente sereno. El hecho de que los espíritus estuviesen sujetos en su nombre, era una realidad, y no un motivo para gozarse tanto. ¡Es motivo de auténtica alegría, únicamente el hecho de que nuestros nombres estén escritos en los cielos! Y por eso a Dios lo podemos llamar nuestro Padre.
Como Padre, Dios se manifiesta en la creación visible y también en la invisible. Con amor infinito, Dios quiere ganarse el alma de los seres humanos para darles la vida eterna. Para aquel que fue escogido por Dios y aceptó esta elección, Dios es el Padre lleno de amor.
Ya el hecho de poder decirle «Padre» implica la gran verdad de que dependemos de Dios. Necesitamos …
- el desvelo de Dios: Desde que existe esta tierra, Dios se ocupa de la humanidad. Deja salir el sol sobre malos y buenos (Mateo 5:45). Como Padre lleno de amor, Dios se ocupa del bienestar espiritual de sus hijos. Para eso envió a su Hijo a esta tierra, el que sacrificó su vida por los pecados de los hombres. El derramamiento del Espíritu Santo también es expresión del desvelo divino.
- la paciencia de Dios: El Apóstol Pedro se refiere en forma muy impactante a la paciencia divina: «El Señor no retarda su promesa […], sino que es paciente para con nosotros…» (2 Pedro 3:9). Una y otra vez el Padre nos permite que nos podamos acercar a Él. ¡¿Y cuántas veces nos acercamos con la misma culpa?!
- el amor de Dios: ¡Dios es el amor! Esta experiencia del Apóstol Juan también la hicimos nosotros en el curso de nuestra vida y siendo hijos de Dios. Nos hace muy bien poder ser llevados por este amor de Dios en días buenos y en días malos. Esto redunda en fuerza en la fe y profunda confianza.
- la conducción de Dios: ¡¿Cómo podríamos encontrar el camino a Dios, si Él no nos condujese?! Creemos firmemente que el Espíritu Santo nos guía a toda la verdad.
Alguien que es presuntamente sabio y entendido piensa que no necesita a Dios. Un niño, en cambio, es consciente de que depende del que se ocupa de él. Como niños en este sentido, necesitamos el desvelo de Dios, estamos agradecidos por la paciencia de Dios, nos sentimos protegidos en el amor de Dios y gustosamente nos dejamos conducir y guiar por la firme mano de Dios. En este reconocimiento, agradecemos y glorificamos a Dios, y sólo a Él le damos la gloria.