«Lo único que quiero es vivir» – Pensamientos sobre el Día Mundial de los Refugiados
«Sin casa ni cocina no hay hogar», dice Abu. Llegó como refugiado a un país extraño, lejos de su patria, de su cultura, de su familia. Algo similar sucede hoy en todo el mundo, cada día. ¿Qué le espera, cómo será su vida?
El 20 de junio se recuerda a los numerosos refugiados de este mundo. Hoy se los llama migrantes. De todos modos, están huyendo. Ese día figura desde 1914 en el calendario de conmemoraciones de la humanidad. En aquella época había cientos de miles de personas trasladándose durante la Primera Guerra Mundial. Muchas de ellas nunca más volvieron a ver a su patria. Desde 2001 el día de conmemoración se llama oficialmente Día Mundial de los Refugiados.
La tendencia anual 2015 de la ayuda para refugiados de la ONU habla por sí sola: 65 millones de personas están huyendo, más que nunca antes. Cerca de la mitad son niños. Las guerra en Siria, Sudán del Sur, Irak, las hambrunas de Nigeria, Yemen, son algunas de las situaciones que hacen que las personas se tengan que poner en marcha. Además, la mayoría huye a países pobres. Las países ricos son los que menos refugiados reciben. Están fuera de su alcance. En su lugar, los campos de refugiados en África son cada vez más grandes. Algunas de estas ciudades formadas por carpas y casillas de chapa se extienden por 50 kilómetros cuadrados.
No tener patria es una pesadilla
«Perder la patria es como un mal sueño», dice Abu. Tuvo que cambiar lo conocido, lo familiar, lo amado y, en parte, lo que él mismo había hecho, por lo desconocido, lo no querido. Entre ambos polos hay muchas veces un largo, fatigoso, peligroso camino. No asombra el hecho de que los refugiados se traumaticen al tener que pasar por esas circunstancias. «Lo único que quiero es vivir», dice Abu. La Biblia habla sobre la imagen del pájaro que huye del nido: «Cual ave que se va de su nido, tal es el hombre que se va de su lugar» (Proverbios 27:8).
La ayuda a los refugiados forma parte del amor al prójimo
Es claro, que el mandamiento cristiano del amor al prójimo también incluye la ayuda a los refugiados. Jesús mismo fue un refugiado. Recién había nacido cuando sus padres tuvieron que huir a Egipto. En el tiempo de su vida esto no cambió, siempre hubo alguien detrás de Él. Fue perseguido, echado y excluido. Así también sus Apóstoles y los primeros cristianos. Pues ser cristiano muchas veces incluye: ser perseguido por causa del Evangelio y al mismo tiempo, interceder por aquellos que son perseguidos. Los medios utilizados para ello son: ser libres de violencia y el amor al prójimo. De esta manera se logra un mundo mejor, y no a través de la violencia y la expulsión.
Amigos, forasteros, enemigos, todos son «el prójimo». Lo dice el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider en sus Servicios Divinos una y otra vez. Se refiere tanto a la ayuda emocional a través de la oración y el oír, como también a la ayuda práctica brindada al individuo. Las Iglesias regionales también sientan señales de solidaridad con los refugiados.
Refugiados hay muchos, demasiados
La Convención de los Refugiados adoptada en Ginebra define como refugiado a una persona que «… debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país» (art. 1). De estos refugiados hay muchos, demasiados.
Foto: Franco Volpato