En foco 17/2017: Alabar a Dios en palabras y obras, siempre
La serie sobre el lema del año 2017 –»Gloria a Dios, nuestro Padre»– está por terminar. Pero alabar a Dios y agradecerle deben proseguir hasta un momento bien determinado. El Apóstol de Distrito Michael Deppner (RD Congo Oeste) menciona cuál es.
Cuando David con todo el pueblo hacen llevar el arca del pacto a Jerusalén, se encuentran con un problema. Los bueyes que arrastran el arca del pacto sobre un carro, se tropiezan y el arca amenaza con caerse. Uza extiende su mano para estabilizarla. Dios lo hizo morir en ese mismo lugar.
Entristecido David duda sobre cómo seguir transportando el arca y se pregunta: «¿Cómo ha de venir a mí el arca de Jehová?». Hace lo siguiente:Cuando los que llevaban el arca habían andado seis pasos, se sacrifica un buey y un carnero engordado. David y toda la casa de Israel conducen de esa manera el arca del Señor a la ciudad de David con júbilo y sonido de trompeta (2 Samuel 6:1-16).
Como David con el arca del pacto, tampoco nosotros nos animemos a dar demasiados pasos sin alabar a nuestro Padre celestial por su mano paterna y sin agradecerle por su ayuda. Así alcanzaremos nuestra patria celestial.
¿Qué debe salir de nuestra boca? Desde nuestra juventud hemos aprendido a cuidar nuestra lengua. Tres simples preguntas son suficientes para determinar si lo que decimos es valioso.
¿Es bueno (cordial)? Claro, podríamos criticar, quejarnos, sentirnos molestos por nuestro destino: por nuestras preocupaciones, enfermedades y nuestros fracasos. Esta es la realidad cotidiana. No queremos quitarle importancia a las aflicciones, pero, si damos gloria a Dios, lo hacemos con alegría y dirigiendo nuestra mirada a otra realidad, cuyo fundamento es eterno y no material: su presencia, su consuelo y su guía: «Porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza» (Salmos 147:1).
¿Es la verdad? Cuando damos gloria y agradecemos a Dios, no es un parloteo vacío o una habladuría poco sincera. Tanto más nuestra alabanza proviene del reconocimiento de que la grandeza, omnipotencia y sabiduría de Dios son omnipresentes y de que su verdad es por todas las generaciones (Salmos 100:5).
¿Es útil? ¡Por supuesto! Dar gloria a Dios es útil. En Isaías leemos que por esa razón hemos sido creados: «Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará» (Isaías 43:21). Alabar a Dios pone las cosas en la luz correcta, pues esto nos hace recordar que de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas (Romanos 11:36).
Existe una diferencia entre agradecer y alabar. Cuando agradecemos a Dios, expresamos reconocimiento por lo que Él hace. Cuando alabamos a Dios, expresamos reconocimiento por lo que Él es. Lleguemos a conocer mejor a Dios. Pues cuando conozcamos su naturaleza y sus características, estaremos en mejores condiciones de aspirar a ser más semejantes a Él.
Cada año el Apóstol Mayor emite un lema anual. Nos dedicamos a él en pensamientos y lo vivimos en el curso del año en nuestras familias y en nuestra fe. Sirve como directriz para nuestras obras y nuestras palabras, y en el curso del año son organizadas distintas actividades orientadas en el lema.
Al comienzo del año próximo el Apóstol Mayor emitirá un nuevo lema que nos acompañará a lo largo del año 2018. Pero no nos podemos permitir olvidar o terminar de dar gloria a Dios. Demos la gloria a Dios hasta que venga su Hijo y nos lleve a casa para toda eternidad. «Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre» (Hebreos 13:15).