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100 años de hostia combinada: cuando cambia la naturaleza

julio 10, 2017

Autor: Andreas Rother

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Con o sin las tres gotas de vino: la hostia no es un fin en sí misma, sino que cumple un rol central en la Santa Cena. Se trata de la presencia de Jesucristo. ¿Pero cómo funciona esto, realmente?

El hombre toma un objeto de un cofrecillo y se lo pone en el dedo de la mujer. Mientras tanto, una persona con la debida autoridad pronuncia unas palabras, y en la mano ahora ella lleva … qué exactamente: ¿una sortija de metal? ¿una joya? ¿un anillo de bodas? ¿o simplemente un símbolo?

¿Qué tiene que ver esto con las hostias? Muy sencillo: es el material ilustrativo para una discusión teológico-filosófica que desde hace siglos gira en torno de la Santa Cena. Más precisamente: del interrogante sobre la manera en que Jesucristo está directamente en el lugar.

Por eso ya se pelearon en el siglo IV los Padres de la Iglesia Ambrosio y Agustín. En la Edad Media riñeron entre sí también por este tema el erudito Berengario de Tours y el Obispo Guitmund de Aversa. Y también por eso finalmente se rompieron las relaciones entre los reformadores Lutero y Zwinglio.

¿Símbolo o realidad?

Sí, Jesús está presente en la Santa Cena, pero sólo espiritualmente, opinaba Zwinglio. Para él –así como siglos antes para Berengario y Agustín– el pan y el vino son un símbolo. Actualmente son seguidores de esta concepción partes de la Iglesia Reformada, así como los menonitas, los bautistas, las comunidades pentecostales y muchas Iglesias libres evangélicas.

Sí, Jesús está presente en la Santa Cena, y lo está por completo: su cuerpo y su sangre verdaderamente están contenidos en el pan y en el vino. Así lo ven la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Evangélica de impronta luterana, la Iglesia Ortodoxa y también la Iglesia Nueva Apostólica. Este pensamiento se llama «presencia real».

Y este es el punto en el que no sólo un niño se pregunta: Sí, entonces cuando tengo la hostia en la boca, ¿estoy masticando a Jesús? Y justamente con este pensamiento ya tenía sus problemas el buen Berengario de Tours. La respuesta unívoca es: No, pues en el nivel de la condición físico-química no pasa nada. El cambio tiene lugar en otro nivel.

¿Contenido o figura?

Para entenderlo se necesita hacer una pequeña excursión a la filosofía, a un aspecto que llega hasta los antiguos griegos. Se trata del par de conceptos «sustancia» y «accidente» de una cosa, del contenido por un lado y de la forma por el otro, de la naturaleza de una cosa y sus propiedades. O bien como fue mencionado en la imagen del comienzo: del «anillo de bodas» y la «sortija de metal».

Esto queda claro para los representantes de la presencia real: accidente, forma, propiedades, es decir la materia de la hostia no cambia en la Santa Cena. Pero en lo sustancial, en la naturaleza, en el contenido, en este nivel sí se produce un cambio.

¿Transformación o duplicación?

Qué pasa allí exactamente, en esto las confesiones no están de acuerdo: los católicos parten de la base de que la naturaleza del pan y el vino se transforma en la naturaleza del cuerpo y la sangre de Cristo. «Transustanciación» se llama el término técnico. Los luteranos, en cambio, dicen que a la naturaleza del pan y el vino se agrega además la naturaleza del cuerpo y la sangre de Cristo. Como el fuego y el hierro, que se unen en metal al rojo vivo, pero que ambos todavía existen. «Consustanciación» se llama este concepto, que también sostiene la Iglesia Nueva Apostólica.

Cuándo pasa esto, al respecto vuelve a haber acuerdo: en la «consagración», es decir cuando el ministro autorizado pronuncia las palabras de consagración. Y estas no sólo en la Iglesia Nueva Apostólica se orientan en las palabras con las que Jesucristo mismo instituyó el Sacramento. El testimonio más antiguo al respecto se encuentra en la primera epístola a los Corintios: «Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí». Y: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí».

Photo: Jurek Schwekendiek

julio 10, 2017

Autor: Andreas Rother

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