Es una bella imagen: Jesús sentado a la mesa con sus discípulos pasando la copa al que está a su lado, quien la pasa a otro y así sucesivamente hasta que todos hayan bebido de ella. Para el Apóstol de Distrito Mark Woll, de Canadá, se trata de una idea concreta que está relacionada con nuestro lema anual 2022.
Leemos en 1 Juan 1:7 “Pero si andamos en luz, como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
Uno de los mensajes de este pasaje bíblico es el hecho de que si queremos tener comunión (andar) con Cristo (la luz) necesitamos tener comunión unos con otros y compartir su cuerpo y su sangre.
Recientemente en un Servicio Divino, nuestro Apóstol Mayor destacó la experiencia que tuvieron los discípulos con el Señor Jesús cuando celebró la Cena del Señor. Jesús partió el pan y se lo dio a sus discípulos y pasó la copa de vino al primer discípulo, quien a su vez la pasó al siguiente para que bebiera, hasta que todos bebieron de esa copa. Un pan y una copa circularon entre todos los discípulos, cada uno bebió y compartió con el que tenía a su lado. Esto es el cuerpo y la sangre de Cristo compartidos con los suyos. ¡Qué imagen tan maravillosa!
La circulación de lo que es esencial para la vida puede compararse con la sangre que circula por nuestro cuerpo. La sangre que limpia recogiendo y eliminando las toxinas y los desechos de cada parte del cuerpo, dando oxígeno, proveyendo nutrientes, proporcionando lo que da vida y es esencial hasta para el miembro más pequeño del cuerpo. Del mismo modo, la sangre de Cristo limpia y suministra lo necesario para nuestra vida eterna y la comunión con Dios. Juntos en Cristo, compartimos el cuerpo y la sangre de Cristo al participar en la Santa Cena en los Servicios Divinos.
En 1 Corintios 11:23-30, el Apóstol Pablo señala la importancia de que participemos “dignamente” de la Santa Cena. Nos reunimos en una mesa con el Señor y entre nosotros en humildad y unidad, recordando el sacrificio de Cristo y esperando su retorno. Debemos examinarnos a nosotros mismos, venir con arrepentimiento, con el deseo de cambiar y la voluntad de perdonarnos los unos a los otros. A través de su cuerpo y su sangre, circulará en nosotros su fuerza y el poder para vencer. Oxigenará nuestra fe, esperanza y amor al Señor.
No estaremos espiritualmente débiles ni enfermos, como se refiere Pablo en el versículo 30, sino espiritualmente vibrantes. Cuanto más circule la sangre de Cristo en nosotros, más sanos estaremos. Por otro lado, cuando insistimos en nuestras diferencias y en nuestra propia importancia, habrá menos espacio para Cristo y nos volveremos más débiles. El Espíritu Santo lo reveló a través de Juan el Bautista, cuando dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Cuando este es el caso, el cuerpo de Cristo (es decir, la Iglesia, la comunidad) es saludable. Es nuestro ardiente deseo estar juntos en Cristo y unos con otros en la comunidad donde Cristo está visiblemente presente y activo.
Foto: NAC Canada