Cuando una luz ilumina la oscuridad
Los días oscuros muchas veces dan lugar al temor. Qué bueno si uno tiene a mano una luz. El ser humano reacciona de inmediato sintiéndose más tranquilo y con paz. En el camino de la fe, Jesús es esta luz.
El nuevo año litúrgico comienza en el 1º Adviento. Asimismo, es el inicio del tiempo de preparación para la fiesta de Navidad: nace Jesucristo, el Señor y Salvador. En los Servicios Divinos dominicales nuevoapostólicos es abordado el tema «Dios se nos acerca» con distintos enfoques.
En el primer Adviento: Jesús trae luz a las tinieblas
La serie comienza el 1º Adviento con el pensamiento de que con Jesucristo resplandece una luz en las tinieblas. Dios visita a los hombres que viven alejados de Dios. Ellos mismos, aquellos que son iluminados por esa luz, se pueden convertir en una luz para los demás. La venida de Cristo a esta tierra no es cualquier luz –como muchas otras–, sino una gran luz: «El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos» (Isaías 9:2). El prólogo del Evangelio de Juan habla incluso de la «luz de los hombres», convirtiéndose en una guía para una nueva comprensión de sí mismos y del prójimo. Como «hijos de la luz» los hombres deben terminar con la hipocresía y los artilugios. En lugar de mirar los errores del prójimo, deben ser una luz para los perdidos, los descarriados, los oprimidos y los tristes. Muchas personas están desesperadas, esperan ser alentadas a tener esperanza de que en todo momento es posible vivir conforme al Evangelio dejándose fortalecer por la fe en Jesucristo. Aunque viven en un mundo de tinieblas, si Jesucristo está a su lado todo se ilumina.
En el segundo Adviento: Jesús trae lo nuevo
El Servicio Divino del segundo Adviento también se basa en un texto bíblico de Isaías: «He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias» (Iasías 42:9). El alegre mensaje ilumina, el Salvador se acerca mostrándose a los pecadores. Esto es lo que, de hecho, es lo nuevo, aquello en lo que los hombres ya no se animaban a creer: el ser aceptados por Dios a pesar de ser pecadores. ¡Dios desea la salvación de todos los hombres y se ocupará de que todos tengan la posibilidad de ser salvos!
En el tercer Adviento: Jesús se hace hombre
Finalmente viene al caso el prólogo de Juan, en el 3º Adviento: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14). ¡Qué pensamientos tan preciosos! Dios se hace hombre en Jesucristo y muestra gracia, verdad y amor públicamente. En Él se fundamenta todo lo que el hombre tiene que saber de Dios. Solo es posible comprender a Jesús, si se percibe en Él al hombre y a Dios. Para muchas personas es difícil de aceptar que Jesús es Dios. Lo consideran un hombre especial y entienden su muerte como devoción a una idea, pero pasan por alto el hecho de que Dios mismo es el que se vuelve parte de la raza humana y se solidariza con ella: en la elección, en la redención del pecado y la culpa, en su palabra. Dios ama a todos los seres humanos, sin hacer acepción de personas.
En el cuarto Adviento: Jesús trae el amor de Dios
La primera epístola de Juan también habla de Jesucristo de la misma manera. El mensaje liberador del amor de Dios, que apareció en el Salvador, determina el Servicio Divino del cuarto domingo de Adviento. A través de Jesucristo el hombre puede vivir, a través de Él experimenta gracia y redención, pues: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10). En virtud de la encarnación de Dios en Jesucristo, así como su muerte en sacrificio, se deben acallar todas las dudas sobre el amor de Dios.
Navidad: la fiesta de las señales
El Servicio Divino de Navidad procura que se preste atención a que el amor de Dios tiene señales y sienta señales: el pesebre, la cruz y la Iglesia de Cristo. El hombre es convocado a retribuir y anunciar este amor regalándolo a su prójimo.
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