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En foco 2/2020: Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad

febrero 11, 2020

Autor: Jürg Zbinden

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La lucha por la libertad es ante todo una lucha interior, escribe el Apóstol de Distrito Jürg Zbinden (Suiza). Es necesario someter la propia voluntad a la voluntad de Dios.

Cleofas, uno de los dos discípulos a los que se allegó Jesús en su camino de Jerusalén a Emaús, expresó lo que el pueblo judío estaba esperando en aquel entonces: «Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel» (Lucas 24:21). Creían que Cristo los liberaría del yugo de los romanos y, por eso, estaban desilusionados.

Si pensamos en nuestro lema de este año –»Cristo nos hace libres»–, no vinculamos a él la esperanza de que el Señor nos liberará de la carga de las preocupaciones cotidianas, de presiones sociales o de deterioros en la salud. Él ofreció su sacrificio para librarnos de las cadenas del pecado. Por nuestra libertad, Él pagó con su vida sin pecado.

Adán y Eva eran libres mientras obedecieron a la voluntad de Dios. Pero precisamente allí intervino la serpiente y les sugirió que recién serían como Dios (o sea, verdaderamente libres) cuando desobediesen a su mandamiento. Desde entonces el hombre cree que cuando puede determinar todo por sí mismo, no someterse a nada y hacer y dejar de hacer lo que quiere, esa es la verdadera libertad. El Espíritu de Dios nos enseñó que la libertad que Cristo ofrece solo se alcanza cuando se somete la propia voluntad a la voluntad de Dios. Esto quizás genere en uno u otro luchas internas porque cree que entonces ya no sería verdaderamente libre. El hecho es que ¡la libertad en Cristo trae la victoria sobre la potestad del maligno!

¡Cuántas guerras ya se libraron por la paz y la libertad! Muchos pueblos oprimidos ya no querían seguir sufriendo y se sublevaron contra los dictadores y sus regímenes. Se ofrecieron múltiples sacrificios por la libertad de intercambio de pensamientos y de los derechos fundamentales del hombre. ¿Y por la libertad en Cristo? El sacrificio de Jesús es el fundamento que conduce a esta libertad. Le ofrecemos al Señor nuestro corazón y lo seguimos hasta el final. Este es nuestro sacrificio.

¿De qué quisiéramos ser libres? De opiniones y pareceres propios, muchas veces equivocados, de prejuicios y querer saber todo mejor, de irreconciliabilidad y pasión, de falta de fe y superficialidad, es más, de todo lo que nos separa de Dios, esto es, el pecado, y de nuestras imperfecciones.

Quien se deja liberar por Cristo, se mueve en la libertad del Espíritu, según las palabras del Apóstol Pablo a los Corintios: «… donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3, parte de 17). Y por eso rogamos: ¡Señor, haznos libres pues queremos estar contigo eternamente, en la libertad gloriosa contigo y todos los fieles!

Foto: NAK Schweiz

febrero 11, 2020

Autor: Jürg Zbinden

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