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¿Un Pentecostés lleno de alegría? ¡Depende de nosotros!

mayo 30, 2020

Autor: Peter Johanning

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El lugar de trabajo de los cristianos es el mundo. A través de los creyentes, el Dios trino quiere hablar y actuar. Esto es exactamente lo que dispuso el Hijo de Dios. Su Evangelio necesita una Iglesia en la que predicarlo. Pensamientos sobre la fiesta de Pentecostés 2020.

Este año Pentecostés es diferente a lo habitual. Debido a los efectos de la pandemia del coronavirus, el mundo se ha vuelto más bien tranquilo y reflexivo, pero a veces también enojado y hasta agresivo. El aislamiento y las inesperadas medidas de seguridad provocan tristeza. Sin abrazos, uno se siente solo en la vida. E incluso si poco a poco se puede volver a la vida cotidiana que nos es familiar, todavía hay mucho miedo y ansiedad en cuanto al contagio y la pobreza. Sin embargo, Pentecostés es en realidad una fiesta de alegría:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).

El milagro de Pentecostés

Sucedieron cosas inauditas, algunas versiones bíblicas hablan del “milagro de Pentecostés”. Aparte de la impotencia y el horror inicial, los milagros suelen desencadenar alegría y poderes sin precedentes. Así es como las personas deben haberse sentido en ese momento, al menos muchas de ellas. Ante sus ojos había ocurrido un milagro.

Y entonces Pedro abrió la boca. Dio la mejor prédica de su vida, habló de “los buenos viejos tiempos”, se refirió a un futuro especial e hizo feliz a la multitud:

“Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hechos 2:22-24).

Esto pasó por sus corazones y, llenos de fe, preguntaron qué tenían que hacer para seguir a este Jesucristo. Arrepentirse, ser bautizados, recibir el Espíritu Santo fue la respuesta de Pedro. Y este es el verdadero mensaje de Pentecostés: ¡Para dar tales respuestas con autoridad, se necesita la Iglesia! Por eso Pentecostés es el día de la fundación, el cumpleaños de la Iglesia de Cristo, porque sus Apóstoles valientemente hicieron realidad la misión recibida del Señor. Se levantaron, predicaron, bautizaron y las personas recibieron el Espíritu Santo:

“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41).

Ese fue el comienzo. Pero el milagro de Pentecostés se extendió, nuevos fueron añadidos cada día, dice la Escritura. Las personas estaban juntas, experimentaban muchas maravillas y señales a través de los Apóstoles, tenían en común todas las cosas, perseveraban unánimes cada día en el templo, alababan a Dios y tenían favor con todo el pueblo. Efectos directos del milagro de Pentecostés.

No dejes que el milagro sea silenciado

Hoy, si se permite, estamos lejos de eso. El milagro se ha convertido en historia, los cristianos son perseguidos y matados, las prédicas a menudo son vistas como “discursos anunciando buen tiempo” y confesar un mundo mejor pasó de moda. ¿Cómo pudo suceder esto cuando el principio fue tan poderoso y magnífico? Bueno, eso depende de nosotros. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de anunciar a Cristo. Debemos realizar trabajo misionero, no como sabelotodos o predicadores de la fatalidad, sino con prudencia y alegre compromiso, llenos de bondad y amor al prójimo. Somos discípulos de Jesús. Nuestro lugar de trabajo es el mundo en el que vivimos. Seguimos escribiendo el Evangelio de la salvación y la redención con nuestra propia pluma:

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

Foto: Reicher – Fotolia

mayo 30, 2020

Autor: Peter Johanning

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