Emular al Creador como su criatura

“Soy cristiano (como puede deducirse de mis historias)”, dice el hombre cuyas historias giran en torno a magos y todo tipo de seres míticos. Qué tienen que ver “El Señor de los Anillos” y compañía con el cristianismo, con motivo de un aniversario muy especial.

Más de 150 millones de copias vendidas: La historia del pequeño héroe Frodo y sus ocho compañeros es uno de los diez libros más vendidos de la historia. Para muchos lectores, la obra de John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973) es tanto la invención como la culminación del género fantástico.

Está repleta de magos, enanos, elfos, dragones y otros seres míticos. Por eso, hay que mirar muy de cerca para descubrir los símbolos de la cultura y la tradición cristianas.

Astillas en la epopeya

Los héroes de Tolkien están llenos de virtudes, tal como las ven las cartas de Pablo en el “buen soldado de Jesucristo”. Luchan contra enemigos internos y externos. Preferiblemente se sientan en caballos blancos como San Jorge, el santo matadragones, Juana de Arco o el primero de los cuatro jinetes apocalípticos de la Revelación de Juan.

La representación de Galadriel, la soberana de los elfos, utiliza el lenguaje simbólico de los retratos de María, la madre de Jesús, de la Edad Media y la Edad Moderna. Una como la otra es la sabia, la pura, la bella, la exaltada y la protectora.

Y luego el pan élfico “lembas”, plano como las hostias y que fortalece no solo el cuerpo, sino sobre todo el espíritu. La traducción del nombre –comida para el viaje– corresponde al “viático” del rito católico, la última cena de los moribundos.

Estos son solo algunas de las muchas astillas simbólicas que bien podrían considerarse una sobreinterpretación, si no fuera por otro de los libros de Tolkien.

Huellas en el mito

“El Silmarillion” es la verdadera obra principal de este profesor de filología. Ya de pequeño le gustaba inventar lenguas, y luego nombres para ellas, y luego historias para ellas. Así, la superestructura de los mitos, las leyendas y la historia fue creada de antemano.

Por ejemplo, está “Eru Ilúvatar”, traducido: el Único, Padre del Universo. Este Dios único crea en virtud de la voz: Dice “¡Sea!”. Y es lo existente. Esto es llenado de sustancia y vida por los coros de los seres angelicales Ainur.

Al más poderoso de ellos, su parte ya no le alcanza: Melkor, más tarde llamado Morgoth, se rebela, seduce a otros Ainur y se convierte en un adversario, el clásico motivo de Lucifer del ángel caído. Durante años está atado con una cadena, como Satanás en el milenario reino de paz.

La caída en el pecado ocurre dos veces: cuando el pueblo élfico de los Noldor se rebela y es desterrado del paraíso llamado Valinor. Y cuando la desobediencia del pueblo de Númenor lleva a la caída de la isla. Solo sobrevive un pequeño grupo liderado por Elendil, que se parece a Noé.

Esta serie podría ser más extensa, pero lo decisivo es la filosofía con la que el narrador hace su trabajo.

Confesión a la fe

Para Tolkien estaba claro que las sagas y los mitos revelan aspectos de la verdad que solo pueden representarse de esta manera. Esto requiere dos cosas: por un lado, la disposición del lector de suspender voluntariamente la incredulidad. Y, por otro lado, el logro del autor de hacer que estos mundos sean lógicos en sí mismos.

Llamó a este acto creativo “segunda creación”, con la convicción de que el hombre crea porque él mismo ha sido creado a imagen de su Creador. En este ser la imagen de Dios, ve no solo la justificación sino también un mandato para actuar como segundo creador.

Para el católico profeso, el núcleo de la historia es el “alegre mensaje”. Pero antes, la historia experimenta la “eucatástrofe”, el giro final que va desde la mayor desesperación hasta el buen fin. Como en la última batalla de los pueblos libres ante la Puerta de Mordor, el 25 de marzo de nuestro calendario, cuando el Señor Oscuro Sauron finalmente cae.

Tolkien ve la mayor eucatástrofe que hubo hasta el momento en Viernes Santo y Pascua. En la cruz todo parece perdido para la humanidad, pero entonces llega la resurrección de Jesucristo. Y el alegre mensaje es: Al final, Dios convierte todo en bueno.

Este artículo se basa en la disertación “J.R.R. Tolkien y su cristianismo, un debate religioso científico” de Christian Hatzenbichler.


Foto: Klanarong Chitmung - stock.adobe.com

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Andreas Rother
24.03.2022
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