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Donde el hombre y Dios se dirigen uno al otro

octubre 2, 2018

Autor: Andreas Rother

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Dios oye y Dios responde: ¿Cómo hacer para que la oración se experimente de esta manera? La respuesta la da un texto doctrinario del Apóstol Mayor que aparece ahora en el magazín para miembros «community» y en sus revistas hermanas.

«Indispensable en todas las situaciones de la vida», así se llama el artículo que figura bajo el rubro «Doctrina» de la edición 4/2018 de las revistas «community» y que también está previsto para «Unsere Familie» y «African Joy». Su texto responde a las «Reflexiones sobre la oración», publicadas como «Indicaciones sobre la doctrina» en la edición especial 1/2018 del folleto para los portadores de ministerio titulado «Pensamientos Guías».

En él, el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider responde a toda una serie de preguntas fundamentales sobre la oración:

Orar, ¿por qué?

El que ora, confiesa primero su fe en el Dios viviente. Pues sin esa fe «no tiene sentido dirigirse a Él ni pedirle una respuesta», dice el texto doctrinario.

El que ora, testifica además su confianza en Dios. Pues «la oración surge de la necesidad directa de dirigirse a Dios para agradecerle por lo recibido y pedirle asistencia o ayuda».

El que ora, quiere experimentar la cercanía de Dios: «Esta experiencia lleva a que se pueda vivir y reconocer a Dios, que Él se interesa por las preocupaciones del hombre y lo acompaña en su camino».

Orar, ¿cómo?

El que ora, quiere dirigirse por completo a Dios: con el juntar las manos deja de lado todas las demás ocupaciones. Con el cerrar los ojos reduce todas las distracciones. Y con el arrodillarse puede expresar una medida especial de humildad.

«En la oración únicamente Dios es el que está del otro lado», enfatiza el Apóstol Mayor. Esto también es válido para la oración conjunta en el Servicio Divino o en el círculo privado. «Uno no se dirige a los presentes, sino a Dios. Por eso, la oración no es un monólogo ni una alocución dirigida a los que están participando de la misma».

Orar, ¿qué?

En la adoración, el que ora se aproxima con profundo respeto a la majestuosidad de Dios, a la que se hace referencia con conceptos como santidad, omnipotencia o eternidad. La adoración no le corresponde sólo al Padre celestial, sino también a Jesucristo.

El agradecimientose aplica primero a la propia existencia como creación de Dios, en forma totalmente independiente de si según los parámetros humanos uno sea exitoso o no. Recién después entran en foco el experimentar el cuidado, el acompañamiento y la dedicación llena de gracia.

La petición deja claro que es Dios aquel a quien uno puede abordar en todas las situaciones de la vida. Él no es indiferente a quienes Él ha creado, sino que quiere su salvación.

La intercesión procede del reconocimiento de que el que ora es parte de la comunión: es imagen de Dios así como también lo son las demás personas y, asimismo, un creyente entre los creyentes. La intercesión es, además, una consecuencia del mandamiento del amor al prójimo.

Orar, ¿para qué?

«Todo lo que mueve al hombre y acontece en su corazón, las propias necesidades y deseos, las necesidades y deseos de los demás, son parte de la oración», dijo el Apóstol Mayor Schneider para terminar. «Así también los miedos y las alegrías, la salud y la enfermedad, la vida que está por morir, la belleza de la naturaleza y del ser humano en la comunión y en estar uno para el otro, pero también lo abismal, la destrucción que el hombre realiza en la naturaleza y en otras personas, pertenecen a la oración. La oración, por ende, es indispensable para una vida determinada por la fe y el seguimiento.

Foto: fantom_rd – stock.adobe.com

octubre 2, 2018

Autor: Andreas Rother

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