Según el calendario litúrgico, las comunidades cristianas se encuentran en el período de ayuno previo a la Pascua. Pronto los cristianos celebrarán la resurrección de Jesucristo. Una razón para reflexionar sobre «Dios y el mundo».
El contenido de la prédica en el Servicio Divino dominical nuevoapostólico del 8 de marzo tematiza una apasionante narración del Evangelio de Lucas. Salieron al encuentro del Señor diez leprosos, en muy mal estado por su enfermedad. Él los sanó y fueron limpiados. ¿Pero qué pasó después? Solo uno de ellos se lo agradeció, los demas siguieron su camino y ya no se dejaron ver: «¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?». Es bastante arrogante irse así nomás, diríamos hoy. Los diez sanados por Jesús habrían tenido motivo más que suficiente para mostrar gratitud a su benefactor por haberles permitido volver a la «vida normal». Y sin embargo olvidaron lo que en realidad debía darse por supuesto: ¡el agradecimiento! ¿Fue esto consecuencia de su egocentrismo?
Detrás de este versículo bíblico hay más que una historia apasionante. Incluye una apelación dirigida a nosotros, los lectores u oyentes: ¡Mira tu propio corazón! ¿Cómo agradeces al Señor? La respuesta es clara: Nuestro agradecimiento también se expresa en nuestra confianza en Dios y nuestro seguimiento a Jesús. Él es el Salvador del mundo y no quien sana nuestra enfermedad.
Testificar el Evangelio
En la prédica del tercer domingo de marzo se trata del poder de la palabra de Dios. La palabra de Dios produce en nosotros que testifiquemos el Evangelio y lo anunciemos con palabras y acciones. Para eso precisamente nos eligió Dios. También en condiciones difíciles Dios se ocupa de que su palabra produzca algo: ¡Es un poder efectivo! Aún más, el anuncio del Evangelio nunca es en vano, aunque muchas cosas hayan cambiado tanto en la Iglesia como en el mundo.
Animarse a servirse mutuamente
El cuarto Servicio Divino dominical ya se refiere a la pasión de Jesucristo. El Viernes Santo, el día de su muerte y Pascua, la fiesta de la resurrección del Señor, ya no están lejos. Como seres humanos no siempre entendemos todo en seguida. A veces necesitamos un poco más de tiempo, otras veces ni siquiera logramos comprender conscientemente una experiencia. Simón Pedro, el discípulo de Jesús, también tenía esos momentos en los que no podía entender de inmediato la voluntad de Dios: «Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo». «¿Qué hay que entender aquí?», pensemos tal vez hoy. Bien, este accionar de Jesús fue más que solo el lavacro de pies tradicional antes de la comida. Jesús dio a sus discípulos un ejemplo de un servir sincero y entrañable. Precisamente en sus últimas horas hubiese tenido razones para que otros lo alentasen y fortaleciesen, pero en lugar de dejarse servir, fue Él mismo el que sirvió. Sus discípulos aprendieron de ello que no se trata de rangos o competencias, de méritos o reconocimiento, sino de servirse mutuamente por respeto a los demás. Los seguidores de Jesús están dispuestos a dejar atrás con humildad su propia persona. Así dan un testimonio creíble del Señor.
No excluir a nadie
Después del lavacro de pies viene la Santa Cena, no solo en el curso de la historia de la pasión, sino también hoy en las comunidades. La prédica del último Servicio Divino dominical del mes reproduce un Sacramento muy estimado por los cristianos en todos los tiempos: la Santa Cena. Jesús mismo la instituyó antes de su sufrimiento y muerte, es «su Sacramento». Y todos los que la celebran dignamente, tienen comunión de vida con Cristo. Lo que nos fue dado por Dios en el Bautismo y el Sellamiento es fortalecido y preservado por la Santa Cena.
¡La Santa Cena une! Así como cada individuo está unido a Cristo, también está unido con el otro, porque en la Santa Cena todos comemos el mismo pan y bebemos el mismo vino. Por eso, a pesar de todas las diferencias acerquémonos a los demás sabiendo que para todos se aplica el mismo amor de Cristo.
Foto: Krakenimages.com – stock.adobe.com