Agricultura para el futuro, preferiblemente en África
De Togo a Austria y de vuelta. Laura Johanna Fischer vive en dos mundos. Varias veces al año, esta joven de 27 años viaja al continente africano para impulsar el proyecto que ama, que sigue siendo una tierna plantita y necesita muchos cuidados.
Laura conduce su scooter por Kara, en Togo. Llama la atención por su piel blanca, una y otra vez le piden dinero y los niños la rodean. Pero Laura ya está acostumbrada a esto, pues es su segundo año de voluntariado para “Kinderhilfe Westafrika e.V.” (Ayuda para los niños de África Occidental, asociación inscripta).
Algo le llama la atención: ve el conocido emblema de la Iglesia Nueva Apostólica. El domingo siguiente se dirige al edificio y llega justo a la hora del Servicio Divino.
Tras el llamado de África
Ya un año antes de graduarse, Laura tenía claro que iría a África. Así como otros a esa edad se sentían atraídos por Australia o Nueva Zelanda, ella quería ir a ese continente.
Así que presentó su solicitud a “Kinderhilfe Westafrika e.V.”, que la envió a Benín. Comenzó su servicio voluntario en Tanguiéta, en el norte del país. Allí enseñó a huérfanos, entre otros, en una escuela privada protestante.
Muchas cosas en África eran diferentes de lo que ella estaba acostumbrada en casa. El paisaje, la cultura, la pobreza, pero también la intensa unión. “Poder vivir en comunión es una de las cosas más importantes en África, ya que es también una forma de seguridad. La comunión hace la vida más viva y rica”, afirma Laura.
Experimentar la fe de otra manera
También pudo asistir a algunos Servicios Divinos en la Iglesia Nueva Apostólica, incluso uno con el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider en Porto Novo, la capital de Benín. “Allí experimenté mi fe de otra manera, más profunda quizás, y me di cuenta de lo importante que es tener fe en Dios”, contó.
Le gustó tanto África que no quería volver a su patria. Así que amplió su voluntariado y trabajó en un orfanato de Taiacou.
Entre dos mundos
De vuelta en Alemania, Laura experimentó un choque cultural. “Al principio no podía ni mirar por la ventanilla cuando iba en auto. Demasiados autos yendo a demasiada velocidad, obras enormes y edificios tan altos”. Tardó seis meses en volver a acostumbrarse a Alemania. Y quería regresar.
Pero las vacaciones allí no eran lo mismo. ¿Y vivir allí? Bastante difícil. “Te puedes integrar muy bien, pero notas que la comprensión cultural es diferente. A veces extrañaba ese intercambio”.
De un árbol de neem a un campo de diez hectáreas
Laura está de vuelta en Burkina Faso para su tesis de la licenciatura. Su tema es: “El árbol de neem como insecticida natural en el cultivo de hortalizas (con el ejemplo del pepino y el calabacín)”. En el proceso, Laura se dio cuenta de que en África se cometen los mismos errores en la agricultura que en Europa.
“Allí Europa es un modelo a seguir”, nos dice Laura. “Y en lugar de evitar nuestros errores, hacen exactamente lo mismo”. Así que madura en su mente la idea de impulsar allí la agricultura ecológica ahora que el suelo aún es bueno. Junto con el responsable local del proyecto, Essodigue Igor Harenga, compra una parcela de diez hectáreas cerca de Koboyo (Togo), donde cultivan mandioca, ñame, mijo, batatas y mucho más.
El proyecto es el propósito que tiene Laura en la vida. Varias veces al año vuela desde Bregenz (Austria), donde ahora trabaja en una tienda ecológica, a África y trae de vuelta semillas ecológicas. Invierte todo su dinero en ello. El proyecto sigue vivo gracias a las donaciones. Por ejemplo, “human aktiv”, la organización de ayuda de la Iglesia Nueva Apostólica Alemania del Sur, ha financiado un pozo solar.
Espera que el proyecto pronto se autofinancie. Mediante la producción de fruta y la elaboración de alimentos, pero también a través del ecoturismo, es decir, cuando otros acuden a su granja para aprender de ella. En última instancia, el objetivo a largo plazo es que más gente cultive de forma ecológica.
En la Iglesia, en todas partes como en casa
Siempre le gusta asistir a los Servicios Divino en Lomé o Sokodé, que suele entender bastante bien porque aprendió francés en la escuela. Y si no entiende nada porque la prédica es en ewe, mina o kabiyé, “entonces me siento y escucho. Pero no es tan malo”, dice. La liturgia es la misma, la fe es la misma y los cantos son los mismos. “Se canta mucho en la lengua local acompañados de tambores”.
Cuando se le pregunta dónde le gusta más, responde claramente que en África. Pero Europa ofrece mejores oportunidades para el tiempo libre. “Los deportes recreativos aún no existen realmente en África. En las grandes ciudades empiezan poco a poco, pero en las aldeas te miran raro cuando desempacas las zapatillas de correr”.