«Soy científica naturalista y atea por convicción: ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no me pierdo ningún Servicio Divino? ¿Cómo encaja todo esto?». Katja Krumm de Steinen (Alemania del Sur) informa sobre su camino a la fe.
«Desfallecieron mis ojos por tu palabra, diciendo: ¿Cuándo me consolarás?» (Salmos 119:82). Bajo esta palabra fui bautizada y sellada en junio de 2009 a la edad de 44 años. Todo comenzó un año antes, cuando en mayo de 2008 participé, como atea convencida, de mi primer Servicio Divino. Esto significó un cambio radical en mi vida.
Cuando la razón se muestra reticente
El motivo de mi concurrencia al Servicio Divino fue una época oscura, triste y aparentemente desesperante. La repentina muerte de una persona muy cercana cambió todo. En busca de consuelo seguí dos días después del entierro un impulso inexplicable y comencé a buscar por Internet las tres letras INA que hacía poco había escuchado de un compañero de trabajo.
Así llegué al Servicio Divino. Por casualidad fue celebrado por el Apóstol. Una prédica viva y un coro fantástico me conmovieron. Y hubo algo más: las personas que me rodeaban me hablaron con cordialidad y me invitaron a volver. Abiertamente y con alegría me comentaron lo que era importante para ellos: el amor al prójimo de una forma muy hermosa.
Desde ese momento no dejé de concurrir a ningún Servicio Divino, aunque los primeros estuvieron llenos de innumerables interrogantes. Con escepticismo escuché un vocabulario totalmente nuevo: «preparación de la novia», «difuntos», «bendecidores», «intercesión». Sólo en la música, en los cantos sentí que me era dada la respuesta a una u otra pregunta. Sentía que era lo correcto, aunque mi razón se mostraba reticente.
Cantar, respirar con alivio y entender
El anterior dirigente de la comunidad y su esposa me invitaron a su casa para brindarme su apoyo en mis numerosas preguntas. Algunas de ellas eran bastante provocativas, efervescentes, titubeantes, pero para todas hubo una respuesta amorosa y que me hizo entender más. Fui incorporada en la vida de la comunidad, ensayos de coro, cumpleaños, grupo de limpieza, fin de año, recibí un espacio para mis preguntas y obtuve respuestas.
Muy convincente fue para mí que esta honestidad que al principio me hacía sonreír, no estaba limitada al Servicio Divino. Experimenté cómo los hermanos utilizan esta convicción para manejarse en su vida cotidiana.
Cantar era y es para mí como una liberación, un respirar con alivio. Es el elemento a través del cual nuestro Padre celestial me encontró y me fascinó y hoy todavía habla directamente conmigo. A través del canto sentí el significado de las palabras, mucho antes de comprenderlas en la fe.
Acogimiento: el rompecabezas se une
En mi interior se produjo un pequeño cambio: tranquilidad, paz, bienaventuranza, acogimiento. «Acogimiento», ese título llevaron los primeros meses en la comunidad. Pero, ¿debía efectivamente aceptar la fe? Hasta ese momento había podido arreglarme en la vida totalmente sin Dios, lo había negado activamente durante muchos años, había tolerado a los cristianos que conocía (pero los había ridiculizado).
También para esto Dios tenía una respuesta dentro de nuestra comunidad: la viuda del Anciano de Distrito, una dama valerosa y amorosa, inteligente, con fortaleza en la fe y un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura. A través de ella en mi interior poco a poco y constantemente la palabra «fe» fue elevada de concepto abstracto a un nivel personal.
Fue como si lentamente las muchas diferentes piezas del rompecabezas de experiencias, recuerdos y valores de mi antigua vida se hubiesen ido ubicando en el lugar correcto dando lugar a una imagen clara y simple. Este explorar y ordenar mi interior fue como una búsqueda de mi propio yo. De la sensación anterior de sentirme desechada, no completa y sin un equilibrio, pasé a la firmeza interior.
La «pequeña» bautizada
La decisión de aceptar efectivamente la fe, la tomé el domingo 19 de abril de 2009, en el Servicio Divino. Fue como si se hubiese caído un velo: de repente vi lo nuevo y en la misma medida tuve confianza en una gran dimensión, clara y notable, profunda y amplia, vinculando lo anterior, lo actual y lo por venir. En ese momento supe: sí, quiero formar parte.
¿Qué cambió esto en mi vida? Resumiendo, ¡todo! Esta nueva forma de confesarme es como un hilo rojo que atraviesa mi vida cotidiana, tanto en el trabajo como en el entorno personal. Las aflicciones y tentaciones las entiendo como un trabajo en mi alma. Todo lo coloco a los pies de nuestro Dios y me esfuerzo por andar en mi camino de la fe con una meta por delante. Lo hermoso y enriquecedor lo tomo con agradecimiento como una gracia que Dios me regala por amor.
Fue muy importante para mí en aquella época, cómo se reflejaba en mi familia este cambio totalmente inesperado para ellos. Percibí y aún percibo como un regalo especial la conducta de mi hija. Aunque muchas veces sonreía, sintió en su corazón la honestidad y lo bueno y firme que provenía de mi fe. Por eso fue para ella muy importante estar presente en mi Bautismo y Sellamiento el 3 de junio de 2009, con amor me llamó la «pequeña bautizada».