La mujer y el hombre, ¿con el mismo valor como imagen de Dios? En la época de Jesús, Palestina es un mundo patriarcal. Sin embargo, quienes escriben los Evangelios registran cómo Jesús hace a las mujeres testigos y mensajeras. Aquí un panorama de aquella época.
María, la madre de Jesús: Cuando Jesús, de doce años, declara que debe estar en la casa de su Padre, ella no entiende lo que dice, pero retiene sus palabras y las lleva a su corazón. Aunque Jesús señala que no son sus parientes de sangre los que son su familia, sino los que hacen la voluntad de Dios, en la cruz confía a María al cuidado de Juan. En las bodas de Caná, Jesús aún no quiere revelarse mediante un milagro, pero María dice a los que servían: “Haced todo lo que os dijere”.
La viuda de Naín: Cuando sacan a su único hijo muerto a la puerta de la ciudad, despierta la compasión de Jesús. Él toca el féretro y devuelve a su hijo a la vida.
La mujer samaritana: En el pozo de Jacob, Jesús se le revela como el Mesías. Ella habla de este encuentro en la ciudad y después muchos de los samaritanos de esa ciudad creen en Él por lo que les contó la mujer.
La suegra de Pedro: Con los primeros discípulos, Jesús va a casa de Simón (Pedro) y su hermano. La suegra de Simón está enferma, tiene fiebre. Jesús la toma de la mano, con lo que la fiebre cede. Ella luego lo sirve.
La mujer con flujo de sangre: Lleva doce años enferma. Ha gastado todas sus posesiones en médicos, pero nada la ha ayudado. Para curarse, se acerca a Jesús y toca el borde de su manto; inmediatamente su pérdida de sangre se termina. Jesús se vuelve hacia ella, la ve y le dice: “Tu fe te ha hecho salva. Vé en paz”.
La hija de Jairo: Tenía unos doce años y ha muerto. Su padre va a buscar a Jesús para que la haga vivir. Jesús le dice: “¡Niña, levántate!”.
La adúltera: Los fariseos la traen a Jesús y remiten a la ley de Moisés, según la cual esas mujeres deben ser apedreadas. “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, dice Jesús. Los acusadores desaparecen. Jesús pregunta: “¿Ninguno te condenó?”. Ella responde: “Ninguno, Señor”. Jesús: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
Una mujer encorvada: Mientras Jesús está enseñando en una sinagoga en el día de reposo, ve a la mujer que ha estado enferma por un espíritu durante 18 años; está encorvada y no puede enderezarse. Jesús le dice: “¡Mujer, eres libre de tu enfermedad!”.
Mujer sin nombre: Después de expulsar un espíritu inmundo de un hombre, ella alaba a Jesús: “Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste”. Jesús: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”.
La mujer cananea/la griega de Sirofenicia: Una mujer pagana con mucha fe pide a Jesús que libere a su hija de un espíritu maligno. Él le responde que solo fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ella insiste. Jesús: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Ella sigue insistiendo: “Pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús: “Grande es tu fe; hágase contigo como quieres”.
La mujer que unge a Jesús/la pecadora: Mientras Jesús está comiendo en Betania, una mujer (en el Evangelio de Juan es María, la hermana de Marta) le unge la cabeza y los pies, respectivamente, con aceite precioso. Los presentes están indignados por este despilfarro. Jesús explica que esto es en previsión de su entierro y que la mujer será recordada por este hecho. Lucas escribe sobre una mujer pecadora que unge a Jesús. Jesús: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”.
La viuda: Jesús mira cómo el pueblo echa dinero en el arca de la ofrenda. Una viuda pone dos blancas. Jesús dice que esta viuda pobre echó más que todos en el arca porque puso todo lo que tenía para vivir.
Salomé, la madre de los hijos de Zebedeo: Ella pide a Jesús que sus dos hijos se sienten uno a su derecha y el otro a su izquierda en su reino. La respuesta de Jesús: “No sabéis lo que pedís”.
Discípulas de Jesús: Jesús recorre las ciudades y aldeas anunciando el reino de Dios. Lo acompañan los doce, más algunas mujeres: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.
Mujeres en camino a Gólgota: Ellas lloran por Él, pero Jesús dice: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron”.
Mujeres en el sepulcro: Los cuatro Evangelios enumeran a diferentes mujeres que, en distintos grupos, siguen a Jesús a la cruz y más tarde al sepulcro, y a las que se les aparece el domingo de Pascua. Entre ellas están María, la madre de Santiago y José, Salomé, María, la madre de Santiago el Menor y de José, María, la madre de Jesús, la hermana de su madre, María, la mujer de Cleofas, y Juana.
María Magdalena: Los cuatro Evangelios nombran a la mujer a la que se le aparece por primera vez Jesús resucitado. Él le dice: “Mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
Las mujeres como testigos y proclamadoras del mensaje de Jesús, así lo retrata este artículo, publicado originalmente en la revista spirit, edición 02/2018 . ¿Siguió la Iglesia primitiva este camino? El próximo artículo de esta serie lo responderá.
Foto: Felix Pergande