La lengua materna es la mano infantil con la que la mente aprende a entender el mundo. De allí provienen las palabras con las que Dios habla a cada individuo de forma muy personal. Reflexiones sobre el Día Internacional de la Lengua Materna de la UNESCO, el 21 de febrero.
Siempre que mis pensamientos giran en torno al tema de la lengua materna hay una imagen que involuntariamente me viene a la cabeza. Si los lectores de este artículo no han leído la biografía de Helen Keller o no han visto la película The Miracle Worker (El milagro de Ana Sullivan o Ana de los milagros), se los recomiendo sinceramente. Es una experiencia memorable, si no un encuentro que cambia la vida.
Helen Keller perdió la vista y el oído por una enfermedad poco antes de cumplir los dos años. Nunca tuvo la oportunidad de desarrollar el lenguaje. ¿Puede alguien imaginar cómo debe ser el mundo sin conocer las palabras? Tuvo una profesora que se convirtió en su compañera de toda la vida, Anne Sullivan, que la ayudó a comunicarse con una serie de signos caseros. Y entonces llegó el avance.
La lengua trae orden al caos
Es a este momento, cuando Helen tenía aproximadamente siete años, al que me refiero en mi párrafo inicial. La dramática, desgarradora y conmovedora comprensión de que el líquido que siente en su mano tiene un nombre. Es una palabra: agua. De repente, puede haber orden en su vida de caos.
La mayoría de nosotros somos muy afortunados de no tener que pasar por circunstancias tan graves para aprender nuestra lengua materna, y por ello a veces incluso lo damos por sentado. ¿Nos damos cuenta de que, de forma bastante automática, desde una edad temprana aprendimos a ordenar nuestro mundo a través de las palabras? Desarrollamos un vocabulario cada vez más amplio con el que podíamos comunicar lo que queríamos y lo que necesitábamos.
Pero esto era solo el principio –los fundamentos de la lengua materna– porque es mucho más. Esta lengua da forma y moldea nuestra identidad personal, social y cultural. Fomenta la capacidad de formar conceptos y permite el desarrollo de muchas otras habilidades, como el pensamiento crítico y la alfabetización. ¿No es interesante que, incluso cuando hemos aprendido una segunda lengua, no tengamos que volver a aprender, por ejemplo, el pensamiento crítico?
La lengua permite descubrir nuevos mundos
Se podría escribir mucho sobre cada uno de estos aspectos, pero me gustaría centrarme en la alfabetización de la lengua materna y en el impacto que tuvo en mí en lo que respecta a la fe. Desde muy temprano recuerdo con cariño las historias bíblicas que me contaban y a veces también leía. Ya fuera mi madre, mi padre o los maestros de la escuela dominical, me transportaban en mi imaginación a un mundo nuevo en el que había todo tipo de personajes interesantes. A través de las palabras de mi lengua materna, se me hacía familiar y se creaba una profunda curiosidad e interés por ese hombre amable y cariñoso que era Jesús.
Más tarde, de joven, estudié literatura y, para mi sorpresa, descubrí que los elementos de la Biblia son de lectura obligatoria si queremos entender de verdad los escritos de muchos autores. La comprensión de la naturaleza de los distintos personajes, las bases de los argumentos filosóficos divergentes y la búsqueda del sentido de la vida, son solo algunos de los temas sobre los que se escribe y que tienen la Biblia como referencia.
Desde el punto de vista de la literatura, siempre me ha fascinado la hermosa imaginería poética de la Biblia. Esta da vida a explicaciones y descripciones tan bellamente vívidas. Como el lema de este año es ¡Cristo nuestro futuro! permítanme ilustrarlo con ejemplos sobre este tema. Con respecto al momento del arrebatamiento leemos: “Y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento” (Apocalipsis 6:13) y “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:16).
Igual de hermoso es leer sobre las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:6-9) y sobre la ciudad de Dios (Apocalipsis 21). ¡Qué futuro tan asombroso nos espera!
La lengua habla al alma
Sin embargo, la experiencia personal más reveladora de lo que significa mi lengua materna para mi fe fue un incidente que ocurrió cuando viajé a un país extranjero. Allí asistí a un Servicio Divino y me sentí bastante cómodo durante la prédica, ya que tengo una comprensión básica del idioma que se hablaba. Entonces, un Pastor fue llamado a servir. No sé si fue por designio o por casualidad, pero sirvió en mi lengua materna.
En ese momento, el impacto en mi alma y mi espíritu fue tal que casi no importaba cuál era su mensaje. Escuchar mi lengua materna en la que se me presentó a Dios y a su Hijo Jesucristo conmovió mi ser interior hasta el punto de hacerme llorar. El contenido de la prédica hace tiempo que lo he olvidado, pero la sensación que experimenté entonces todavía me pone la piel de gallina incluso cuando escribo sobre ello ahora.
Que la lengua materna sea siempre valorada y muy celebrada.
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