Por siglos ha habido disputas entre las Iglesias sobre la Santa Cena. ¿Qué sucede, qué no sucede? Interrogantes que documentan la magnitud del misterio de la presencia de Cristo en su Iglesia. ¿Cómo lo ve la Iglesia Nueva Apostólica?
La cronología de la liturgia está dirigida al punto culminante del Servicio Divino: el festejo de la Santa Cena, un acontecimiento sublime, extraordinario en cada Servicio Divino. La comunidad ha sido preparada: se habló sobre pensamientos que conducen a la introspección y al arrepentimiento, se cantó un himno de arrepentimiento, se oró en conjunto el Padre Nuestro, se dispensó la Absolución y se pronunció la oración del sacrificio.
Ahora siguen instantes de silencio, de quietud. Es el momento que se utiliza para destapar en forma visible, perceptible los cálices (patenas) de la Santa Cena. Esto se hace con la mayor calma y majestuosidad posibles. Hasta la Absolución había una comunidad arrepentida, después la comunidad está purificada. Y ahora se abre lo por poco más sagrado, revelándose los elementos de la Santa Cena. La comunidad debe participar de ello conscientemente.
La mesa del Señor está preparada
El destapar los recipientes que contienen las hostias es un hecho sumamente solemne. ¡La comunidad debe seguirlo con la vista! La mesa del Señor ahora está preparada. El Pastor extiende sus brazos, sostiene sus manos sobre los cálices bendiciendo y pronuncia las palabras tan solemnes de la fórmula de consagración:
«En el nombre de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, separo pan y vino para la Santa Cena y coloco sobre los mismos el una vez traído y eternamente valedero sacrificio de Jesucristo, pues el Señor tomó pan y vino, y habiendo dado gracias, dijo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido. Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. ¡Tomad, comed! Haced esto en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis este vino, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga. Amen».
Jesucristo ha entrado en su comunidad. Por las palabras del Pastor, al pan y al vino se les agregan el cuerpo y la sangre de Cristo. ¡Dios está presente!
Las palabras de consagración fueron tomadas principalmente de 1 Corintios 11:24-26. El Apóstol Pablo cita aquí palabras de Jesús y describe el contenido de la Santa Cena con carácter fundamental. Un instante sublime. Consagrar significa entonces apartar el pan y el vino del uso habitual. Al pronunciar las palabras de institución, se hace posible la presencia oculta del cuerpo y la sangre de Cristo en los elementos visibles, el pan y el vino. No es transformada la sustancia del pan y el vino. Antes bien, se les agrega otra sustancia, la del cuerpo y la sangre de Cristo (consustanciación). No tiene lugar una transformación de la sustancia (transustanciación).
No hay transformación, pero más como símbolo
Y precisamente en este punto difieren las opiniones de las distintas confesiones. Algunos celebran la transformación, para otros es simbólica. La interpretación nuevoapostólica de la Santa Cena dice: no hay transformación, pero más como símbolo. El pan y el vino no son únicamente metáforas del cuerpo y la sangre de Cristo, más bien son el cuerpo y la sangre de Cristo verdaderamente presentes (presencia real). A la sustancia del pan y el vino se le agrega, a través de la palabra de consagración, la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo. Por este hecho no se opera cambio alguno en la apariencia externa (accidente) de los elementos de la Santa Cena.
En los elementos de la Santa Cena ahora está verdaderamente presente el Hijo de Dios. Y queda allí presente hasta que hayan llegado al receptor establecido.
Foto: Frank Schuldt