La mujer tiene puesto un metal en su dedo. El siervo autorizado habla. Y en la mano ella lleva –sí, ¿qué lleva? ¿Una joya? ¿Un anillo de bodas? ¿Y qué tiene esto que ver con la hostia de la Santa Cena?
Pan y vino en uno –así es desde hace 100 años el estándar de la Santa Cena en la Iglesia Nueva Apostólica. El interrogante sobre la forma en la que deben presentarse ambos elementos en el festejo, tiene al menos 1000 años de antigüedad y desde entonces ha sido respondido en muy diferentes formas.
Está sujeta a una transformación no solo la forma, sino también la naturaleza del pan y el vino. La cuestión del anillo de bodas es un material ilustrativo de una discusión filosófico-teológica que gira en torno a la Santa Cena desde hace siglos. Dicho con mayor precisión, se trata de la cuestión de en qué manera está presente Jesucristo directamente en el lugar.
Por eso ya se pelearon en el siglo IV los Padres de la Iglesia Ambrosio y Agustín. En la Edad Media riñeron entre sí también por este tema el erudito Berengario de Tours y el Obispo Guitmund de Aversa. Y también por eso finalmente se rompieron las relaciones entre los reformadores Lutero y Zwinglio.
¿Símbolo o realidad?
Sí, Jesús está presente en la Santa Cena, pero sólo espiritualmente, opinaba Zwinglio. Para él –así como siglos antes para Berengario y Agustín– el pan y el vino son un símbolo. Actualmente son seguidores de esta concepción partes de la Iglesia Reformada, así como los menonitas, los bautistas, las comunidades pentecostales y muchas Iglesias libres evangélicas.
Sí, Jesús está presente en la Santa Cena, y lo está por completo: su cuerpo y su sangre verdaderamente están contenidos en el pan y en el vino. Así lo ven la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Evangélica de impronta luterana, la Iglesia Ortodoxa y también la Iglesia Nueva Apostólica. Este pensamiento se llama «presencia real».
Y este es el punto en el que no solo un niño se pregunta: Sí, entonces cuando tengo la hostia en la boca, ¿estoy masticando a Jesús? Y justamente con este pensamiento ya tenía sus problemas antiguamente el buen Berengario de Tours. La respuesta unívoca es: No, pues en el nivel de la condición físico-química no pasa nada. El cambio tiene lugar en otro nivel.
¿Contenido o figura?
Para entenderlo se necesita hacer una pequeña excursión a la filosofía, a un aspecto que llega hasta los antiguos griegos. Se trata del par de conceptos «sustancia» y «accidente» de una cosa, del contenido por un lado y de la forma por el otro, de la naturaleza de una cosa y sus propiedades. O bien como fue mencionado en la imagen del comienzo: del «anillo de bodas» y la «sortija de metal».
Esto queda claro para los representantes de la presencia real: accidente, forma, propiedades, es decir la materia de la hostia no cambia en la Santa Cena. Pero en lo sustancial, en la naturaleza, en el contenido, en este nivel sí se produce un cambio.
¿Transformación o duplicación?
Qué pasa allí exactamente, en esto las confesiones no están de acuerdo: los católicos parten de la base de que la naturaleza del pan y el vino se transforma en la naturaleza del cuerpo y la sangre de Cristo. «Transustanciación» se llama el término técnico. Los luteranos, en cambio, dicen que a la naturaleza del pan y el vino se agrega además la naturaleza del cuerpo y la sangre de Cristo. Como el fuego y el hierro, que se unen en metal al rojo vivo, pero que ambos todavía existen. «Consustanciación» se llama este concepto, que también sostiene la Iglesia Nueva Apostólica.
Cuándo pasa esto, al respecto vuelve a haber acuerdo: en la «consagración», es decir cuando el ministro autorizado pronuncia las palabras de consagración. Y estas no solo en la Iglesia Nueva Apostólica se orientan en las palabras con las que Jesucristo mismo instituyó el Sacramento. El testimonio más antiguo al respecto se encuentra en 1 Corintios 11:24-25: «Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí». Y: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí».
Foto: Jessica Krämer