Jesús se despide de su comunidad. Todos tienen cada vez más claro que el día X llegará pronto: Él se irá. ¡Pero no para no verse nunca más! Lo que consuela en la despedida es la esperanza de un pronto volverse a ver.
La comunidad está triste. Su Señor y Maestro está por abandonarlos. «Quédate Señor, quédate», habrán llamado. Él se había vuelto el punto central de su vida. Les había dado esperanza, les había producido alegrías, los había alentado. Se habían vuelto mejores personas, llenas de comunión, amor al prójimo y buen trato mutuo. La vida se había vuelto más hermosa por Él, con Él. E incluso las preocupaciones cotidianas, de alguna forma, se habían hecho más fáciles de llevar.
Y ahora se iba a ir.
Lleno de misterio
La Ascensión de Cristo no es solamente una festividad importante en la Iglesia, sino también un acontecimiento lleno de misterio. Con tanto misterio que muchos cristianos ya no quieren creer lo que está escrito: «Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo» (Lucas 24:50-51).
¿Cómo, qué? Fue llevado arriba al cielo, ¿cómo puede suceder algo así? ¡Nuestro mundo estructurado racionalmente pide una explicación! ¿Cómo puede ser posible algo así? Hubo muchas personas que fueron testigos de ese hecho tan colosal, distinto fue lo que ocurrió en la resurrección, que nadie presenció. ¿Se puede creer en la resurrección que nadie vio y dudar de la ascensión que vieron muchos?
Algo verdadero
La fe cristiana sostiene que la ascensión de Jesús es auténtica. Aunque el pensamiento humano no lo entienda y quiera dudar de que se haya producido: Jesucristo resucitó verdaderamente y fue llevado arriba al cielo verdaderamente. Esto es un axioma desde la etapa inicial de la doctrina cristiana. «Cuarenta días después de su resurrección, Jesucristo ascendió desde el círculo de sus Apóstoles a Dios, su Padre, en el cielo: la naturaleza humana del Señor se había incorporado definitivamente a la gloria divina» (Catecismo INA 3.4.12). La ciencia no puede explicar a la fe. Precisamente lo misterioso explica que fe es fe.
Consolador
Pero la ascensión tampoco es un día de duelo. A diferencia de un entierro, no se le da sepultura a nadie. No hay un cadáver. La resurrección se ocupó de que así fuese. Lo que consuela en la ascensión del Señor son tres puntos:
1. Oponiéndose a la despedida está el pensamiento del retorno. Eso tiene peso. Es sólo una despedida por un tiempo: «No os preocupéis. Vendré otra vez». El lema cristiano dice: somos una comunidad que espera y tiene esperanza, que se deja preparar por el Espíritu Santo para el volvernos a ver. Con la ascensión de Jesús comienza el tiempo de espera.
2. Hasta ese momento, los cristianos no están solos. ¡Todos los días el Señor está con ellos! Por el Espíritu Santo, el Consolador divino. Él es en el futuro su asistencia divina. Él concede nuevo reconocimiento. Él explicará lo que hasta ahora no se conoce. Él guiará, enseñará, hará revivir.
3. Con la ascensión de Cristo ya está concebida nuestra propia ascensión. Hay personas que también serán llevadas arriba al cielo. Aquí la razón humana tiene que tomarse un minuto de tranquilidad y reflexionar. «Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Hebreos 10:37). Cuando Cristo aparezca por segunda vez, vendrá «sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan» (Hebreos 9:28).
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