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De la espera a la acción 

30 05 2025

Autor: Nathan Dresoré

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De la silenciosa expectación a la renovación tangible: este es el camino que trazan los domingos de junio. Se anhela al Espíritu Santo, se lo recibe y se lo experimenta como un poder permanente en la Iglesia. 

1° de junio: espacio de espera

En el aposento alto de una casa de Jerusalén, los discípulos perseveran “unánimes en oración”, no resignados, sino llenos de expectación por el poder de Dios. La presencia del Resucitado aún se percibe, pero solo el fuego prometido desde lo alto les permitirá dar testimonio. 

El inicio de junio retoma esta imagen: también los creyentes de hoy se retiran espiritualmente para buscar la unidad en la oración y generar un espacio en el que pueda actuar el Espíritu. Quienes oran juntos aprenden a escuchar, primero a Dios y luego a los demás. Así, la comunidad prepara el terreno para que más adelante pueda desarrollarse el obrar del Espíritu. 

8 de junio: viento de cambio 

Pentecostés es un acontecimiento singular: el “Espíritu de verdad” abre el corazón y la mente, deja claro quién es Dios y quiénes somos nosotros: pecadores que necesitan de la gracia, pero que al recibir el perdón también pueden obrar. Este doble reconocimiento da credibilidad; las palabras y las acciones comienzan a resonar juntos. 

La autenticidad no se queda en lo privado. Quien está movido por el Espíritu se atreve a hablar con claridad sin parecer sabelotodo, y cumple sus promesas aun cuando resulta incómodo. Esta nueva veracidad sienta las bases para la diversidad de dones que se desarrollará el domingo siguiente. 

15 de junio: dones en unidad 

“Diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo… diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo… diversidad de operaciones, pero Dios es el mismo”: la conocida tríada del Apóstol Pablo responde a la pregunta sobre la unidad en la diversidad. Hoy, como entonces, pueden surgir divisiones considerables en la comunidad, que tiene diferentes dones y diferentes ideas sobre la libertad que da la fe en Cristo. 

El modelo para la edificación de una comunidad armoniosa es la naturaleza del Dios trino. Nadie se considera superior a los demás; cada don complementa al otro para provecho de la comunidad. De este modo, la comunidad se convierte en un espejo vivo de la riqueza de las relaciones de la Trinidad. 

22 de junio: la Iglesia como pilar de la verdad 

El cuarto domingo se centra en la Iglesia. Ella es “columna y baluarte de la verdad”, no para asegurar el poder, sino para preservar el Evangelio de manera auténtica. La verdad tiene muchos rostros: transmite la palabra, vive el amor y mantiene a Cristo en el centro. 

Para que la verdad siga siendo audible y visible, el Espíritu exige una responsabilidad activa. Todos y cada uno están invitados a aportar sus dones y a ser en la vida cotidiana una “ventana abierta de la Iglesia” al mundo. Así, lo aprendido hasta ahora conduce a la renovación. 

29 de junio: renovación para los vivos y los difuntos 

“Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscad el juicio”: el antiguo llamado del profeta Isaías es la última estación del viaje de junio. Deja claro que el crecimiento espiritual conduce a la conversión activa. Cuando las personas se dejan purificar, se convierten ellas mismas en mensajeras de la misericordia. 

La mirada se amplía hacia lo invisible: la Iglesia es una comunión de vivos y muertos. Quien experimenta aquí la renovación está al servicio de una esperanza más fuerte que una lápida. 

Así se cierra el círculo: los que esperaban se convirtieron en testigos, los dones individuales se convirtieron en un solo cuerpo, la comunidad que escuchaba se convirtió en una comunidad que actúa. El Espíritu Santo sigue siendo la fuerza motriz, silencioso como un suspiro y al mismo tiempo lo suficientemente poderoso como para mover muros.    


Foto: Romolo Tavani – stock.adobe.com

30 05 2025

Autor: Nathan Dresoré

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