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De la higuera que no da higos

agosto 14, 2017

Autor: Peter Johanning

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¡Una higuera verde vale oro! Ya lo sabían los hombres en la antigüedad. Descansar a la sombra de sus hojas, tenía estilo. ¿Pero de qué sirven las hojas si uno tiene ganas de comer higos? Una higuera sin higos no sacía el hambre.

En la Biblia se encuentran dos diferentes estilos de explicación para la parábola de la higuera: protección o infidelidad. Cuando estaba verde se podía descansar bien bajo su sombra. Pero sin frutos no era una verdadera higuera. Jesús mismo lo experimentó, lo cuenta el Evangelio de Marcos: «Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos» (Marcos 11:12-14). Esta pequeña e interesante historia era perfectamente comprensible para el hombre antiguo. Hoy necesita más explicaciones.

El árbol se reconoce por sus frutos

¿Una higuera sin higos? Son tan dulces y nutritivos. A uno le gusta compartirlos con sus invitados. Jesús maldice la higuera frente a la cual está parado. Tenía hambre, pero la higuera no tenía higos, sólo hojas. Parecía una higuera, pero no ofrecía frutos. ¿Qué nos dice esto, exactamente? ¿Hay detrás de esta experiencia algo más que sólo una pequeña historia? ¡Los exégetas de la Biblia dicen que sí!

Jesus era el Mesías anunciado al que el pueblo había esperado tanto tiempo. Él era el que los profetas habían predicho. Y Él les había mostrado claramente a los hombres qué fuerzas maravillosas tenía. Les enseñaba con autoridad y sabiduría. Pero todo esto no conllevaba frutos, es decir consecuencias. Pues sólo a pocos les importaba. No se veían en ellos frutos de seguimiento, de alegría por la venida del Mesías. El pueblo no creía en Él, lo rechazaba, incluso llegó a matarlo.

¿Y nuestros frutos?

De vuelta al hoy: los cristianos no pueden atreverse a mirar con arrogancia a los demás. Se deben preguntar a ellos mismos si además de su confesión a Jesucristo –pues por eso se llaman cristianos– también crecieron frutos en ellos. ¿Hay alegría? ¿Hay paz? ¿Hay amor entre los hombres? ¿Intercedemos los que estamos bautizados en favor del Hijo de Dios, de su mensaje? ¿O nos hemos vuelto tibios? ¿Indiferentes? De afuera todo bien, ¿pero sin frutos?

Las misivas a las iglesias de Asia Menor cuentan de esto. La iglesia de Sardis, por ejemplo: «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto». Ya en aquella época faltaba el amor. Hacia afuera, todo verde, pero frutos de amor y temor de Dios, no había. Los frutos del Espíritu Santo son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza –así dice la epístola a los Gálatas.

Confesar y dar testimonio

La imagen de la higuera es originalmente una imagen que representa a Israel, que no reconoció en Jesús al Mesías. Pero también es una advertencia para nosotros, los cristianos: actuemos siguiendo la voluntad de Dios, estemos dispuestos al perdón y demos testimonio de la muerte y la resurrección de Jesús.

Foto: ATLANTISMEDIA – stock.adobe.com

agosto 14, 2017

Autor: Peter Johanning

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