
Un accidente mortal, ayudantes inquebrantables y un desarrollo esperanzador. Cuenta esta historia esta imagen de los bosques de Papúa Nueva Guinea.
Eran las 4 de la tarde cuando el dirigente de una comunidad nuevoapostólica y su esposa se dirigían a su huerto a buscar algo para la cena. Torrentes de lluvia habían azotado la zona de Boana, en las tierras altas orientales de Papúa Nueva Guinea, arrasando carreteras y destruyendo puentes.
Y entonces el suelo empezó a deslizarse. Toneladas de tierra, escombros y árboles sepultaron a la pareja. Los aldeanos observaron la avalancha de escombros desde la distancia, pero no pudieron ayudar de inmediato. En su búsqueda encontraron a la mujer con vida, que había conseguido liberarse. El esposo, padre de seis hijos, solo pudo ser rescatado muerto. Tras un Servicio Divino de duelo, fue enterrado a primera hora de la mañana siguiente.




La lucha contra la naturaleza
Las consecuencias del corrimiento de tierra también amenazaron a los sobrevivientes. Los campos y los cultivos quedaron destruidos, los alimentos empezaron a escasear. Por eso, el Apóstol Patrick Silabe y su equipo comenzaron una campaña de ayuda, recaudaron dinero y organizaron el transporte de alimentos.
Para que los suministros de socorro llegaran a destino, los aldeanos, entre ellos muchos jóvenes, tuvieron que enfrentarse a la lluvia constante y a carreteras destrozadas. El Apóstol también experimentó lo que esto significaba cuando él mismo partió hacia la zona del desastre.
Tres días por la selva
La última vez que el Apóstol Silabe había estado en la región fue en 2014, en helicóptero. Pero ahora no disponía de esas aeronaves. Así que partió en un vehículo todoterreno, el cual incluso se atascó en algún momento. Así que continuaron a pie durante tres días.
En este viaje se celebraron repetidamente Servicios Divinos en puntos clave, para los que los participantes a veces también tuvieron que caminar durante días. En un lugar, el Apóstol selló a 393 creyentes, en otro a 556. También realizó 30 ordenaciones. Las reuniones se caracterizaron por su alegría serena y su solemnidad.
El viaje de regreso resultó igual de arduo y requirió otros tres días de marcha a través de la selva. Por el camino, el equipo descansó en refugios improvisados, antes de llegar finalmente a un punto en el que pudieron emprender el viaje de vuelta en auto.