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Deponer la propia corona ante Dios

abril 23, 2024

Autor: Simon Heiniger

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Dios es eterno, nuestra existencia terrenal es limitada. Dios es omnipotente, el ser humano a menudo se siente impotente. Los pensamientos de Dios son mucho más elevados de lo que la mente humana puede comprender. ¿Cómo se puede adorar a Dios adecuadamente? Impulsos para el lema del año: “Orar funciona”.

Es demasiado comprensible que no resulte tan fácil alabar y honrar a Dios en la oración conforme a su grandeza. “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”, así nos aconseja la epístola de Santiago para purificarnos, santificarnos y humillarnos ante Dios. Dependiendo de la propia situación, encontrarnos con la mirada de Dios puede hacernos sentir inquietud.

El primer paso consiste en tomar conciencia de quién es Dios en realidad. El Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider lo resumió así en su prédica con motivo del Servicio Divino de Año Nuevo: “Él nunca comete un error. Todo lo que hace es perfecto. No hay necesidad de reparar, no hay necesidad de mejorar”.

Sabiendo esto, ¿cuánto debe seguir humillándose aquel que ora? El ser humano, ¿es un “don nadie” ante Dios? ¿Es indigno e insignificante para mencionar su nombre?

En el salón del trono de Dios

El cuarto capítulo del Apocalipsis ofrece una imagen de la adoración.

En una aparición, se muestra al vidente Juan en el salón del trono de Dios, quien está sentado en un trono rodeado de otros 24 tronos. En estos tronos están sentados ancianos con coronas adornando sus cabezas. Estas figuras pueden simbolizar a todos aquellos que fueron arrebatados en el retorno de Jesús. Pero lo más importante es cómo se comportan.

Se postran delante del que está allí por los siglos de los siglos y lo adoran. Para ello, echan sus coronas ante el trono, diciendo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”.

Coronado por Dios

El ser humano es descrito como la corona de la creación. No solo se le confía la creación, sino que, como imagen de Dios, puede darle forma libremente.

Los Salmos dicen: “Lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo pusiste debajo de sus pies”. Pero esta coronación no se refiere solo a esta creación terrena, sino también a la salvación: “Bendice a Jehová, el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias”.

Jesús subraya el valor de esta corona en una de las siete epístolas, cuando advierte a la Iglesia de Filadelfia que no deje que ninguno tome su corona. Así pues, el ser humano no es un “don nadie” ante Dios, ni es indigno e insignificante. Dios solo ha hecho al ser humano un poco menor que lo que Él mismo es.

La libertad de arrodillarse ante Dios

Adorar a Dios y reconocerlo como el Omnipotente significa, por lo tanto, deponer la propia corona ante su trono y arrodillarse uno mismo. Porque Él es quien corona con gloria y honra.

El ser humano se puede decidir a favor o en contra de Dios, en contra de su propia salvación. Arrodillarse ante Dios no es signo de coacción, sino de plena libertad. Pablo lo describe en la epístola a los Gálatas: “¡Cristo nos hizo libres!”.

Quien depone su propia corona ante Dios en la oración, deja a un lado conscientemente el egoísmo y la autocomplacencia. Algunas personas han conseguido y logrado mucho por su propio esfuerzo. Muchos pensamientos y peticiones giran en torno a su propio universo. Dejar de lado la propia voluntad, la propia idea o definición de la felicidad y reconocer la voluntad de Dios como perfecta forma parte de la adoración a Dios. De este modo, el propio ser ya se pone al servicio de Dios en la oración.

Foto: olga pink -stock.adobe.com

abril 23, 2024

Autor: Simon Heiniger

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