Dios se interesa por mí – sobre la oración
Orar se aprende. Y no sólo los niños deben aprenderlo. La fe no se puede imaginar sin la oración. Ambas van juntas: la fe quiere hablar, una fe muda duele. Un análisis en tres partes.
«Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos», respondió Jesús a sus discípulos cuando lo abordaron sobre la oración, «porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis» (parte de Mateo 6:78). Una oración, entonces, no tiene que durar horas y estar formada por muchas frases hermosas, sino que debe provenir del corazón y ser sincera. Al orar ayuda la certeza de que Dios ya sabe por qué le estoy orando.
Para muchas personas esto sigue siendo un buen deseo. Oran porque hay que hacerlo o porque fue parte de su educación. Esto ya es algo y no hay que criticarlo. Toda oración es bienvenida, incluso si es un texto aprendido de memoria que siempre se repite. «Orar es el respirar del alma», dijo John Henry Newman (1801–1890), cardenal inglés e importante publicista de su época. Pero, a la inversa, se diría: toda persona debe respirar, forma parte de la vida. Por eso, todo cristiano debe orar porque forma parte de la fe.
Oraciones públicas y privadas
Esto no parece tan sobreentendido. Cuando el hombre habla de la oración, piensa inexorablemente en el Servicio Divino. Allí se ora, esto es claro y es lo que se espera. Un Servicio Divino sin oración, no va. Ya sea cantando o hablando, en forma espontánea o establecida, las oraciones forman parte del Servicio Divino. Por otro lado, las oraciones públicas en el Servicio Divino constituyen sólo la mitad. También hay oraciones privadas. Orar no sólo está limitado al Servicio Divino, todo lo contrario: la oración del Servicio Divino debe alentar al hombre a orar también individualmente. Y no solamente en situaciones difíciles que parecen no tener salida –por mi profunda necesidad te lo pido a gritos–, sino en todas las situaciones de la vida.
¿Por qué es importante acentuarlo? Porque la oración es una expresión esencial de la comunión entre Dios y el hombre. En el Catecismo dice: «En la oración, el creyente experimenta que Dios está presente, Dios oye y Dios responde» (Catecismo INA 13.1). En realidad, quien cree en Dios no puede desear algo más hermoso: al saber que Dios oye las oraciones, puede estar contento. Sin embargo, muchas personas se preguntan si realmente es así. Buscan pruebas de que no es posible: «Dios seguramente tiene otras cosas que hacer, que oír todas las oraciones». O: «Nada cambia en mi vida si oro o no lo hago».
La fe y la oración van juntas
Forma parte de la oración, por lo tanto, más que la convicción de la tradición o el hacerla públicamente. La oración debe ser sincera y venir del corazón. Sólo así pueden surgir los efectos deseados: la sensación de ser entendido, la tranquilidad que deja, la seguridad de no estar solo en este mundo. La oración es expresión de la fe. Sin la fe en su omnipotencia, el dirigirse a Él y pedirle una respuesta serían inútiles. ¿Por qué, en caso contrario, dirigirse a Él si no se cree en Él? El creyente sabe que Dios puede todo, que se lo puede abordar y que responde. El que ora así, experimenta que Dios está del otro lado, oye y responde. Se interesa por las necesidades del hombre y lo acompaña en su camino.
¡Dios se interesa por nosotros! Por eso, seamos «gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración» (Romanos 12:12).