El último Servicio Divino del Apóstol Mayor en Viena echó luz sobre las dimensiones del amor de Dios: la anchura de la gracia, la longitud de la paciencia, la profundidad del trabajo y la altura de la meta. Mas también hay límites.
«Seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios». Con estos versículos, el 18 y el 19, del tercer capítulo de la epístola a los Efesios ofició el Apóstol Mayor Jean-Luc Schneider el 21 de junio en la capital austríaca.
Con la palabra bíblica «ora el Apóstol por la comunidad para que esté llena del Espíritu Santo», explicó el Apóstol Mayor el contexto: «Para que el Espíritu Santo pueda obrar en ella y sea llena de toda la plenitud de Dios».
La anchura de la gracia
«El amor de Dios repercute en la anchura: su gracia es para todos», destacó. «El Señor Jesús quiere ofrecer su salvación a todos los hombres a más tardar en el reino de paz, entonces nadie será excluido». También para los hermanos en la fe rige: «No debemos excluir a nadie de la salvación».
A pesar de toda la anchura que posee esta gracia, no es ilimitada. Al fin y al cabo, Jesús dejó claro que sin Él nadie puede llegar al Padre celestial. «Si tú hoy quieres alcanzar la salvación, debes creer en Jesucristo», mencionó el Apóstol Mayor. «Él es el único camino que conduce a la comunión con Dios».
La longitud de la paciencia
«El amor de Dios repercute longitudinalmente, se puede ver en ello una imagen del tiempo divino». El concepto divino del tiempo es completamente diferente. No es relevante para Dios, si pasan siglos, sino llevar a los hombres a la redención. «Dios interviene una y otra vez en el tiempo del hombre, en la historia de la humanidad; esto es lo importante para nosotros».
Así Jesús llegó a la tierra en un momento determinado: «Antes regía la ley de Moisés, después rigió el Evangelio». Un punto de inflexión, así como lo será el retorno de Cristo. «Antes existe la posibilidad de formar parte de la novia; después esto ya no será posible». También el juicio final es ese punto de inflexión. «Antes los hombres tienen la posibilidad de creer en Jesús y entrar en la nueva creación; después será definitivamente muy tarde».
«Para nosotros es importante el hoy», se refirió el Apóstol Mayor al Salmo 95: «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Pues: «Lo que tú decides hoy, cuál es hoy tu posición ante Dios, es decisivo para la eternidad».
La profundidad de la redención
En quien observa el sufrimiento y el mal que hay en el mundo, se levanta el pensamiento: «Si hubiese un Dios, no permitiría todo esto». Pero esta es una visión superficial del amor de Dios. «El amor de Dios trabaja en profundidad, quiere erradicar la raíz del mal».
«Como en algún momento el hombre quiso ser independiente y se separó de Dios, hay tanto sufrimiento e injusticia sobre la tierra», expresó el Apóstol Mayor Schneider. Dios quiso crear un hombre nuevo, que siempre busca estar en comunión con Dios. Esa es la única solución para tratar el mal de raíz.
Para eso Dios concede el renacimiento de agua y Espíritu. «Ese es el primer paso para ser un hombre nuevo: tenemos la posibilidad de serlo, debemos trabajar en ello. En el reino de paz seguirá creando hombres nuevos y un mundo nuevo. Habrá entonces un cielo nuevo, una tierra nueva, todo el mal habrá pasado».
La altura de la meta
«El amor de Dios también repercute en la altura, porque nos quiere elevar y llevar a la gloria eterna». Esta es la meta del obrar salvífico de Dios. Entonces «no habrá más sufrimiento ni dolor, veremos todo, sabremos todo, seremos uno».
La conclusión del Apóstol Mayor: «Si esto se acepta realmente con fe: la anchura de la gracia de Dios, la cercanía, la profundidad, la altura, entonces uno estará lleno de toda la plenitud de Dios. Entonces el seguimiento será valioso y la obediencia ya no será una obligación, todo esto se volverá sobreentendido, completamente normal».